Urge construir una agenda de temas gruesos, para la nueva coyuntura que se está abriendo paso.
En la quincena anterior iniciamos la redacción de esta columna señalando el día y la hora en los que se escribía, dado que los acontecimientos políticos estaban en pleno desarrollo y las situaciones cambiaban vertiginosamente. Intuíamos que el desenlace de la crisis se produciría de inmediato. Dos semanas después, tenemos más o menos lo mismo: escribimos estas notas el mediodía del viernes 15 de noviembre, y cuando se publiquen, el domingo 17, el panorama podría ser distinto. La antigua idea de que en situaciones de crisis la gente prefiere un final terrorífico a un terror sin fin al parecer no se está cumpliendo.
El gobierno de Evo Morales ha sido derrocado. Según unos, debido a un largo proceso sedicioso unido a hilos conspirativos geoestratégicos que culminaron en un golpe de Estado no tradicional. Según otros, por una insurgencia ciudadana altamente participativa que culminó con una transición constitucional. Pasadas las euforias de unos y las angustias de otros, removida la basura que circuló y circula en las redes y en algunos medios, llegará el momento en el que se establezca que ambas afirmaciones quizás contengan una parte de la verdad. Llegará el tiempo de la reflexión y del análisis crítico de lo que está sucediendo.
En las actuales circunstancias, coincidimos plenamente con lo expresado por el compañero Wálter Delgadillo, exdirigente político y de la COB, además de exministro durante los primeros años del gobierno de Evo Morales. “Es una irresponsabilidad seguir arengando a la gente desde afuera. Pero es más irresponsable que los dirigentes en el país lleven a los compañeros al matadero. Es el tiempo de la paz y la negociación para el nuevo tiempo político. Cuidar la vida es lo primero”.
Solo atino a añadir algunas preocupaciones. Es obvio que se dio vuelta el pastel, pero hay sectores no despreciables de seguidores del proceso de cambio que intentan una resistencia desesperada (estos focos se dan principalmente en el Trópico de Cochabamba, Yapacaní en Santa Cruz , El Alto y Río Abajo en La Paz.).
Si algún núcleo de dirección del MAS dentro del país es capaz de articularse y articular a esos movimientos, estaría en la obligación de ayudarles a un repliegue organizado, a fin de que no sigan expuestos a la dispersión y al debilitamiento, en gran medida provocados por desmanes propios, así como por la acción de delincuentes, saqueadores y pirómanos que pretenden ganar en río revuelto. Y lo mismo ante la represión policial-militar que puede desatarse de manera incontrolada.
Hay nuevas víctimas fatales de las que nadie se preocupa siquiera de averiguar sus nombres. Hay, según fuentes policiales, centenares de campesinos detenidos, sobre todo en Cochabamba y Santa Cruz, ¿alguien sabe cómo están siendo tratados? ¿Cuántos de ellos fueron presentados ante la Justicia e imputados formalmente? ¿Alguna institución está monitoreando las denuncias familiares sobre desaparecidos? ¿Esos temas ya no son prioritarios para organismos que defienden los derechos humanos ni para los medios de difusión? Algunos parecen estar más ocupados en hacer leña de los árboles caídos, repiten acríticamente un conocido libreto orquestado desde fuera del país y, por tanto, se dedican a buscar “terroristas subversivos” hasta en la sopa.
Una vez más, urge construir una agenda de temas gruesos, para la nueva coyuntura que se está abriendo paso. Entre ellos, la vigencia de las libertades democráticas, la protección de los derechos humanos, la soberanía nacional, la defensa de los recursos naturales, la mantención de conquistas sociales consagradas en la Constitución y otros.