El asesinato del sacerdote y periodista Luis Espinal, fue paerte de los preparativos golpistas en 1980
Resulta imposible hacer un balance de lo ocurrido desde la instauración de la democracia, sin recurrir a un ejercicio comparativo con lo que fueron las dictaduras en los 18 años precedentes, particularmente los periodos marcados por la impronta personal de Barrientos, Banzer y García Meza. Independientemente de a qué intereses sirvieron, los tres llegaron al poder mediante el típico golpe de Estado militar, sin elecciones ni nada que se le parezca.
Un agravante en el caso de Barrientos es que derrocó a Víctor Paz, del cual era vicepresidente. Claro que lo hizo en medio de un clima de efervescencia popular opositora que atizó y supo aprovechar en su favor, entre otros factores gracias a la ingenuidad de algunos sectores de la izquierda, como Lechín y otros, que conspiraron con los militares creyendo que podrían deshacerse de ellos en el camino. Resultó a la inversa, a pocas horas de iniciado el operativo del 4 de noviembre de 1964, ya se supo quiénes tenían la sartén por el mango. El general aviador, al viejo estilo, hizo una pausa para constitucionalizarse en 1966, y hasta mandó redactar a las carreras una nueva Constitución, pero lo predominante en su gobierno fue la represión antipopular, que tuvo sus picos más altos en la confrontación sangrienta de mayo y septiembre de 1965, en la Masacre de San Juan y en el asesinato de prisioneros de la guerrilla, entre otros, al Che en 1967.
Banzer conspiró con apoyo de poderosos grupos empresariales a objeto de frustrar el ascenso popular que el país vivía bajo el gobierno del general Juan José Torres, un militar no solamente patriota por su accionar antiimperialista, sino también demócrata, no porque hubiera llegado al poder por vía del sufragio, sino por desenvolverse con el apoyo de amplios sectores populares y con plena vigencia de las libertades democráticas. Torres era parte de un triángulo regional progresista, con Allende en Chile y Velasco Alvarado en Perú, intolerable para el poder imperial de Estados Unidos y sus vasallos de Brasil y Argentina. Banzer se hizo del gobierno el 21 de agosto de 1971 mediante un enfrentamiento con centenares de muertos, se mantuvo en el poder a través de una sistemática, permanente y sañuda represión y, cuando el soplo de los vientos empezó a serle desfavorable, intentó prorrogar su régimen con un escandaloso fraude electoral en 1978.
García Meza resultó la excrecencia de ese sistema depredador. Una mezcla de la doctrina anticomunista yanqui de la “seguridad nacional” (en la que fueron amaestradas varias generaciones de militares latinoamericanos); los resabios nazis inoculados por personajes de la catadura de Klaus Barbie (Altmann); y la avidez de grupos inescrupulosos de militares, capaces de cualquier tropelía para usar el poder en su provecho personal. Los ocho grupos de delitos por los cuales fueron acusados y sentenciados García Meza y sus colaboradores resultan insuficientes para describir la magnitud criminosa de quienes asaltaron el poder el 17 de julio de 1980, desconociendo expresamente la voluntad popular expresada en las urnas, dos semanas antes. Sin ser esencialmente distinto a los otros, García Meza actuó desembozada y torpemente, sin guardar las apariencias. Tenía la misión, entre otras, de borrar las huellas de Banzer que estaban siendo puestas al desnudo por un valiente diputado socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado el mismo día del operativo golpista.
Lo sucedido en los 34 años siguientes es otra historia. Haber vivido intensamente ambas etapas nos provoca la tentación de contarlas a nuestro modo. Y eso haremos con la segunda parte en la próxima quincena.