Un día como hoy, se produjo el triunfo electoral de Salvador Allende en Chile. Y 52 años después el pueblo chileno es nuevamente protagonista de un acontecimiento crucial: la aprobación o rechazo de una nueva Constitución.
Los lectores y lectoras comunes de ahora, podrían suponer que las mencionadas elecciones eran una más de las muchas que se realizan en nuestros países, donde unos ganan y otros pierden en una aparente alternancia democrática. Sin embargo, lo ocurrido en 1970 fue un acontecimiento histórico trascendental: por primera vez una coalición de izquierda, en este caso construida sobre el eje representado por los partidos socialista y comunista, llegaba al gobierno por la vía electoral y lo hacía con un programa de reformas muy avanzadas; aunque vistas hoy en perspectiva, podrían considerarse como excesivamente moderadas. La nacionalización de la industria del cobre, la reforma agraria y ciertas políticas sociales tendientes a achicar la grieta de la desigualdad entre ricos y pobres, eran tal vez los puntos esenciales de lo que vino en llamarse la Unidad Popular (UP).
Además, el acontecimiento se producía en los marcos de un agitado debate entre los que sostenían que la “vía armada” era el único camino de la revolución y los que admitían que, bajo determinadas circunstancias, ésta podía ocurrir sin violencia armada, aunque no precisamente por “vía pacífica”. No se hizo aún un balance sustancioso e integral de ese debate ni de las respuestas que la historia de más de medio siglo, especialmente en América Latina, dejó marcadas al respecto.
En esta columna nos interesa apenas recordar que la derecha chilena, en consonancia con la política imperialista de los Estados Unidos, hizo todo lo imaginable para frenar, sabotear y finalmente derrocar por la violencia al gobierno de Salvador Allende, muerto en el bombardeo a la casa de La Moneda el 11 de septiembre de 1973.
Pareciera que algunos exponentes de la nueva derecha quieren recrear el ambiente de irracionalidad de aquellas épocas, usaron ya en las elecciones del pasado año recursos similares, con el auxilio de las llamadas “redes sociales”, muy aptas para difundir falsedades y generar confusión y miedo. Todo parecía indicar que el voto ciudadano en pro del texto fundacional de 167 páginas, aprobado por más de dos tercios en una representativa convención elegida al efecto, sería contundentemente mayoritario, pero surgieron algunos sondeos que pusieron en duda dicha posibilidad. Parece que las mentadas campañas surtieron algún efecto, lo cual sumado a otros factores hicieron disminuir las expectativas, pero no lo creemos posible al grado de hacer peligrar la aprobación.
Cabe mencionar que un elemento nuevo introducido en contra del proyecto ha sido esta vez la apelación a la xenofobia antiboliviana, a título de que éste tendría demasiadas semejanzas con nuestra Constitución Política del Estado de 2009.
El pueblo chileno tuvo hoy la oportunidad de repudiar una ominosa herencia de la dictadura pinochetista y aprobar una nueva carta fundamental inspirada en la lucha de resistencia y en los ecos de la eclosión social de los últimos años, que puso por delante la herencia democrática y liberadora de Salvador Allende. Así nomás son las cosas.
Carlos Soria Galvarro es periodista.