Vivimos tiempos de conflictos generalizados. Apreciación que se confirma reduciéndonos a la pequeñísima parcela de mundo que es Bolivia. Acá no estallan bombas ni cohetes teledirigidos pero, especialmente en la ciudad de La Paz, por obra del destino histórico “sede de gobierno”, todos los santos días hay explosiones de gases lacrimógenos, disparos de balines de goma, garrotazos a discreción y, del otro lado, lanzamiento a granel de ruidosos petardos acompañados de zapateos, estribillos y huelgas de hambre dignos de mejores causas. Un tira y afloja de nunca acabar. Gestión ministerial carente de liderazgo y de contundencia en sus acciones frente a una dirigencia irresponsable embotada de palabrería dizque “revolucionaria”, pero que ha sido capaz hasta ahora de arrastrar a un sector no pequeño de los docentes urbanos.
El caso es de antología. Los resabios arqueológicos de una corriente política sepultada por la vida, enquistados por décadas en el poderoso aparato sindical (sedes, edificios, movilidades, recursos para transporte, hoteles, viáticos, petardos, etc.). De tal modo, han llevado al magisterio a sumarse a posiciones abiertamente reaccionarias. Apoyaron a los golpistas de 2019 y en las presentes circunstancias hacen todo lo que está a su alcance para contribuir a la desestabilización promovida por la oposición derechista.
Es para no creer. No se sabe exactamente por qué rechazan la nueva malla curricular. ¿Quieren un pago extra para aplicar innovaciones de tecnología, ajedrez y otras, o coincidiendo con retrógrados ultramontanos se oponen al llamado “enfoque de género” y a tratar con franqueza los temas de sexualidad? Los principales miembros del entorno dirigente van a las mesas de diálogo no a debatir ni proponer soluciones o alternativas para normalizar las clases, van con la decisión tomada anticipadamente de rechazar la oferta gubernamental, sea cual fuere. Les importa un bledo el tremendo daño que con estas posturas ocasionan, por lo que resulta completamente demagógico el planteamiento de que el Estado pague, ahorita mismo, toda la deuda histórica con la educación boliviana.
Aunque tarde todavía, creemos llegará el día en que las bases del magisterio exigirán una severa rendición de cuentas a estos dirigentes, tanto por sus andanzas politiqueras como por el manejo de sus bienes materiales acumulados.
Pero no se crea que este es el único conflicto. El espectáculo protagonizado por los sectores del partido de gobierno es el mar de fondo que impregna el momento actual. No hay una confrontación de ideas o cuando menos de propuestas programáticas. Se trata de una pura y simple gresca por el control del poder. Coincidimos con quienes piensan que, de tal manera, el MAS está cavando su propia tumba. Como van las cosas, ni aunque se unieran a último momento podrían volver a ganar las elecciones. El desgaste es de unos y otros.
El uno abre la boca y la riega sin contemplaciones. El otro, por lo general callado, excepto en sus campañas (entrega de obras), en vez de buscar consensos que eviten la polarización, dispara como con escopeta abriéndose frentes simultáneos por todos lados: maestros, gremiales, periodistas, jubilados, etc.
En síntesis, se confirma que los líderes no estuvieron ni están a la altura de los procesos de cambio iniciados en 2006, tras un largo periodo de resistencia y construcción del bloque social. El instrumento político de ese conglomerado, hoy está mediatizado por las prebendas y carcomido por las trifulcas. Solo una enérgica movilización del eje originario, campesino, indígena, obrero y popular que recupere la iniciativa y ponga las cosas en su sitio salvaría del colapso al tan mundialmente apreciado modelo boliviano. Pero tal perspectiva no asoma por ningún lado, es nada más que un buen deseo. Y punto.
Carlos Soria Galvarro es periodista