El COVID-19 parece la conjunción de todas las plagas conocidas. Ojalá la respuesta fuera la apropiada y oportuna
Breve repaso conceptual: un brote epidémico es la aparición repentina y localizada de una enfermedad originada en una infección. Una epidemia ocurre cuando una enfermedad se propaga activamente por el descontrol de un brote, que además perdura en el tiempo y aumentan los casos en una determinada área geográfica.
Para declarar lo que es una pandemia, se cumplen dos consideraciones: que el brote epidémico haya llegado a más de un continente, y que los casos dentro de cada país ya no sean “importados”, o sea, traídos del exterior, sino, provocados por trasmisión local o “comunitaria”. Y es ahí precisamente donde estamos.
Todos los días presenciamos angustiados el tenebroso “ranking” de contagiados (varios millones) y fallecidos (cientos de miles) por el COVID-19. La magnitud y gravedad del fenómeno ha llevado a los gobiernos y a organismos multilaterales a tomar medidas de gran impacto socioeconómico, que repercutirán en los ámbitos políticos tal cual de hecho viene ya ocurriendo. Ciertamente el mundo ya no será el mismo después del COVID-19.
Apelamos al voluminoso Diccionario Histórico de Bolivia, confeccionado bajo la batuta de Josep M. Barnadas, “historiador boliviano nacido en Cataluña”, para indagar cuales de esos azotes del destino causaron los mayores daños en nuestro país: “En el actual territorio boliviano desde el Siglo XVI se han presentado casi todas las enfermedades infectocontagiosas…”, dice y atribuye el fenómeno a la diversidad climática y topográfica que crea las condiciones para su propagación.
Comienza enumerando la viruela traída por los españoles y que hizo verdaderos estragos entre la población nativa. El cronista Cieza de Leon calcula que en aquella época la viruela cobró aquí unas 200.000 vidas, entre ellas la del propio Inka Wayna Qhapaq. Solo en 1969 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que esa terrible enfermedad había sido erradicada de Bolivia, por supuesto gracias a la vacunación a escala mundial.
En cuanto a la fiebre amarilla en su variedad selvática, los primeros casos se presentaron en Bolivia en el siglo XIX y se han dado brotes epidémicos con elevados índices de mortalidad en zonas bajas tanto del norte como del sur del país y en valles profundos (Yungas). Viene después la tuberculosis desde épocas coloniales, especialmente entre los mitayos de las minas y en épocas como durante la Guerra del Chaco o de grandes movilizaciones sociales como las de la revolución de 1952. Es una enfermedad que se agrava por la desnutrición y las malas condiciones de vivienda y trabajo.
Le sigue el chagas. Esta enfermedad, que es trasmitida por la picadura de la vinchuca y permanece inadvertida en varias zonas del país, pero está muy extendida (55% del territorio y 40% de la población), sigue siendo “una realidad insoslayable en la morbimortalidad nacional. Está también el cólera, enfermedad conocida desde fines del siglo XIX y que ha tenido hasta no hace mucho características de pandemia. En 1991 se presentó en países vecinos y obligó a drásticas medidas de seguridad como el cierre de fronteras con Perú, Chile y Argentina.
Por último, el citado Diccionario Histórico le dedica una entrada especial a la malaria, conocida en Bolivia desde tiempos lejanos como “calentura”, “terciana” o “paludismo”. También fue traída por los españoles, tanto de Europa como del África. La malaria, que se ha extendido a varios valles populosos del este y el sur del país, “es uno de los más graves problemas de salud desde el siglo XVI hasta nuestros días”. En efecto, pese a todas las campañas realizadas, los mosquitos y zancudos siguen activos trasmitiendo la enfermedad y sus variantes: el dengue, zika y la chikungunya. En resumen, el COVID-19 parece la conjunción de todas las plagas conocidas. Ojalá la respuesta fuera la apropiada y oportuna. Con pequeños brotes de gente desesperada y poco consciente, la mayoría de pueblo está haciendo su parte. Lamentablemente no se puede decir lo mismo del Gobierno transitorio.
Carlos Soria Galvarro, periodista.