Se puede hacer periodismo siendo militante sin caer en el sectarismo partidario
Decía Guillermo Francovich, el casi olvidado pensador boliviano, que cuanto más años vivimos las personas nos quedamos más solas, pues familiares, amigos, compañeros, colegas y conocidos nos van abandonando en el camino, adelantándose en la partida. Hace ya varios años que me asalta esa sobrecogedora sensación, casi no pasa una semana en que no me entere de sensibles fallecimientos, al punto que cuando abro las páginas del periódico me asomo a la sección de avisos necrológicos con el temor de recibir una sorpresa: alguien más que ya se fue.
Una pareja de amigos con la misma complicación me dijo hace poco que, de común acuerdo, habían decidido no asistir a ningún velorio, entierro o misa de difuntos, sea quien sea la persona desaparecida. Creen de ese modo poder espantar a los fantasmas que los acechan. Me parece un extremo, yo solamente decidí liberarme de la casi obligación que me había autoimpuesto de escribir obituarios, debido al desgaste emocional que esto me provoca, y al excesivo tiempo que me ocuparía dado el creciente número de viajeros hacia el otro lado. Hay cosas más interesantes e importantes en qué ocupar las energías, que si bien todavía no son escasas ya no son las mismas de antes, hay que admitirlo.
A pesar de que hasta ahora me he resistido a ingresar a las llamadas “redes sociales”, se filtró a través de una de ellas en la que mi esposa participa que en julio yo estaba de cumpleaños en números redondos y llovieron las felicitaciones de rigor. Agradezco a todas y todos quienes se molestaron en dirigir unas líneas.
Nunca se me pasó por la cabeza escribir mis “memorias” como les ocurre a muchos de los que llegan a mi edad. Debe ser porque gran parte de lo que he escrito desde hace más de cuatro décadas tiene un sentido testimonial, refleja de uno u otro modo mis propias vivencias del acontecer, cercano o lejano. Incluso en la prehistoria de mi oficio como periodista, antes de iniciarme formalmente en las radios mineras de Catavi y Siglo XX, lo que escribí como panfletista tiene mucho de lo mismo, aunque está teñido de fanatismo e intolerancia, que eufemísticamente solíamos llamar “combatividad”.
A propósito, me sonrío cuando escucho que critican a colegas del gremio que cometerían poco menos que un delito al “incursionar en la política”. Ellos estarían de ida cuando yo ya estoy de vuelta. Soy y fui político (solo las especies zoológicas inferiores o los bobos congénitos no lo son) e “incursioné en el periodismo”. Fui un militante fervoroso que con renunciamiento absoluto abracé un ideal y durante un cuarto de siglo le dediqué cotidianamente todas mis energías en el marco de una organización concreta, el Partido Comunista de Bolivia. Y no me arrepiento por ello. Desde un emplazamiento militante dejé la panfletería e hice periodismo hasta convertirlo en mi ocupación a tiempo completo. Me demostré a mí mismo, créanlo o no los demás, que ambas instancias no son incompatibles, que se puede hacer periodismo siendo militante sin caer en el sectarismo partidario, basta cumplir con dos o tres normas básicas de la profesión que prefiero llamar oficio. Rotas no sin dolor las ataduras orgánicas que llegaron a tornarse insoportables y trascurrido otro cuarto de siglo, no he cambiado de ideales. No me pasé al otro bando.
Sigo siendo un luchador, solitario en el sentido de no pertenecer a un grupo organizado, pero mezclado con la gente de mi país y de mi tiempo.
Y en ese andar aprendí muchas cosas, conocí una multitud de personas, viví tantas experiencias, que espero poder seguirlas contando hasta el último aliento en cualquier formato periodístico que esté a mi alcance.