Nadie debiera ilusionarse suponiendo que las cosas serán diferentes porque han cambiado a un ‘forajido’ por un ‘decente’.
Como era de esperar, el discurso de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, hizo mayor hincapié en los asuntos internos habida cuenta de la apabullante crisis sanitaria por la que atraviesa el país debido a la pandemia, la crisis económica signada por la subida vertical del desempleo en paralelo al cierre de cientos de miles de pequeños y medianos negocios y, a su vez, los desaguisados políticos heredados del gobierno de Donald Trump, nada fáciles de resolver.
No obstante, la cuestión internacional no podía estar ausente en tan solemne circunstancia. Al subrayar Biden las soluciones a los problemas internos, planteó implícita y expresamente que esto llevaría a la recuperación del tradicional rol hegemónico de los Estados Unidos a nivel mundial, para lo cual instó al restablecimiento de viejas alianzas.
Vayamos por partes. Hay un tufo nacionalista y patriotero sobre las reiteradas acciones militares estadounidenses encubiertas casi siempre en la “defensa de la libertad y la democracia”. La realidad es muy distinta, sin embargo. Basta repasar la cadena de intervenciones de los EEUU en zonas proveedoras de hidrocarburos o de rutas estratégicas para transportarlos, y en regiones que considera sus áreas naturales de influencia. América Latina, por ejemplo, como su patio trasero.
Demócratas o republicanos desarrollan las mismas políticas. Nadie debiera ilusionarse suponiendo que ahora las cosas serán diferentes porque han cambiado a un “forajido” por un “decente”. Nuevo presidente que, sin embargo, no dijo que acabaría alguna de las interminables guerras y guerritas desatadas por administraciones anteriores, tampoco habló de disminuir el número de bases militares yanquis que por más de un millar están esparcidas a lo largo y ancho del planeta o, menos aún, de poner fin al abusivo bloqueo a Cuba que ya lleva más de 60 años. Lo posible es que en estos rubros solo se produzcan pequeñas diferencias de matiz. Pero no puede negarse tampoco que en lo que se refiere al cambio climático hay un importante viraje: el regreso de los EEUU al Tratado de París (implica un cierto retorno a las prácticas multilaterales), decisión asumida entre los primeros decretos firmados por Biden el mismo día de su posesión.
Pero lo que sí se producirá en plazos breves es un reajuste muy significativo de los ejes estratégicos de la política mundial. Las pataletas de Trump en sus guerras comerciales serán reemplazadas por una política global de contención de China que involucra la formación de bloques político-militares, cuyas piezas fundamentales para EEUU son Europa, Japón, el Asia del Pacífico y América Latina. En el caso nuestro buscarán matar dos pájaros de un solo tiro: por una parte buscarán arrinconar definitivamente los esfuerzos de integración autónoma que en su tiempo impulsaron Lula, Chávez, Fidel y Raúl, Correa, los Kirchner y Evo.
Por otra parte, tratarán de romper la unidad latinoamericana con el señuelo del Pacífico (estarán en la mira Chile, Perú, Ecuador, Colombia y México). Es muy probable que pronto se anuncie la reanudación del TPP, proyecto labrado pacientemente por la administración de Barack Obama y que Trump desbarató, dando tiempo a China para formar su propio bloque de más de 15 países, sin los Estados Unidos.
Como dice el destacado periodista ítalo-argentino Roberto Savio, en un artículo publicado en diciembre pasado en el Wall Street International, La segunda guerra fría está llegando. (Ver Artículo)
Obrar en consecuencia sería no enrolarse en ninguno de los bloques y comenzar a reflotar el movimiento de países no alineados. ¿Qué tal?
Carlos Soria Galvarro es periodista.