Mi mamá solía decir con nostalgia que “recordar es volver a vivir” y justamente esa es la sensación que despierta en mí el “Recordatorio” de Carlos Soria Galvarro Terán. Un tránsito por lugares/etapas/experiencias, algunas de ellas compartidas, en uno de los períodos quizás más intensos como fructíferos de la historia de Bolivia, como fue el de la lucha por la recuperación de la democracia en nuestro país, en la segunda mitad del Siglo XX.
Ese tránsito desde el pasado se inicia en su natal Cochabamba, ¿cómo no recordar a través de sus ojos las maravillosas estampas del Valle Bajo cochabambino y de la pintoresca capital del Valle, antes de que ésta se convirtiera en la metrópoli que es hoy.
Muy pronto sin embargo el autor/protagonista de esta historia habría de dejar su hermosa tierra natal para emprender su largo periplo por la vida y por el mundo, que tuvo como una de sus primeras paradas, un ambiente tan lejano como diferente: Moscú, la capital de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Su paso por la Escuela de Formación de Cuadros del PCUS refleja lo que era una aspiración no sólo de los militantes del Partido Comunista de Bolivia, sino de todo militante de la izquierda en el país: la formación de cuadros para el adecuado cumplimiento de las tareas de la Revolución, formación que abarcaba no solamente aspectos teóricos, políticos e ideológicos sino también una construcción colectiva y compartida, de una práctica militante llena de valores.
Los recuerdos vívidos de Carlos, comprendidos entre los capítulos cuatro al once reflejan de manera intensa, como la vida cotidiana de su generación -y de la nuestra que llegó por detrás- estuvo marcada por los tiempos políticos que nos tocó vivir. Sus primeros meses de militancia en la Jota, en el marco de la caída de los 12 de gobierno del MNR; la ascensión y gobierno de Barrientos; la guerrilla del Che en Ñacahuasu y posteriormente su paso por el núcleo central del PCB, ya durante los siete años de la dictadura banzerista; la participación en los procesos electorales de 1978, 1979 y 1980, como parte de la Unidad Democrática y Popular; la lucha contra la dictadura “garciamezista”; la recuperación de la democracia en octubre de 1982 y los difíciles años del gobierno de la UDP, sitiado por la derecha, los extremismos de izquierda y un movimiento obrero desbordado y muchas veces instrumentalizado, en función de ciertos intereses particulares y no precisamente de las causas populares, captan plenamente la atención del lector y le invitan a evocar sus propios recuerdos.
Un cuarto de siglo intenso que tuvo en Carlos no a un observador distante, sino a un protagonista comprometido con la lucha por una sociedad más justa, más equitativa. Sus diálogos imaginarios con Aniceto Reynaga, Antonio Jiménez y Walter Arancibia le sirvieron para expresar sus puntos de vista y sus posiciones sobre asuntos medulares como fueron, en un momento, la crisis terminal de la minería estatal y su corolario perverso: la relocalización de los mineros y por el otro, la caída del comunismo internacional y el proyecto político que encarnaba la URSS.
Me resultó muy grato comprobar que si bien nunca fui militante del Partido Comunista, Carlos y yo vivimos experiencias políticas similares, en mi caso en ese “viejo y hoy inexistente MIR”, desde donde transitamos en muchos momentos por los mismos caminos y fue grato constatar también, que compartimos simpatías y antipatías y muchas amistades. Carlos me hizo recordar con mucho afecto a seres humanos tan valiosos como Ramiro Barrenechea, Jorge Lazarte, Manuel Morales Dávila, Andrés Soliz, Nilo Ramos, Simón Reyes, Oscar Salas, Emil Balcázar, Remberto Cárdenas y Don Hernán Siles Zuazo, personas cuyo compromiso inclaudicable con Bolivia, nos permiten vivir hace 40 años en democracia, con sus luces y con sus sombras, pero en democracia.
Asimismo, no puedo menos que destacar le meticulosidad con la cual, a lo largo de los años, Carlos reunió documentos y fotografías que en este “Recordatorio” le permiten dar testimonio fiel de más de 50 años de la historia de la izquierda en Bolivia. No alcanzo ni a imaginar cómo logró que toda esa valiosa documentación sobreviviera a la clandestinidad, a los allanamientos, al exilio y la persecución política constante y sinceramente, le agradezco y le agradecemos, dado el valor que esos documentos entrañan en sí mismos.
Quiero finalmente detenerme en dos pasajes de “Recordatorio” que tuvieron en mi una significación especial. El primero es la entrevista realizada en septiembre de 1987, hace 35 años, a Loyola Guzmán y después de 20 de la participación de ella en la Guerrilla de Ñacahuasu. Éste es probablemente uno de los episodios de la historia de Bolivia que siempre despertará dudas y suspicacias respecto de la actuación del PCB, pero que en cuanto hace a la señora Guzmán, “Recordatorio” deja absolutamente en claro que su participación no fue resultado de una decisión individual. Ella puntualiza “en esa época, la Juventud Comunista era sumamente disciplinada y dependía del PC (…) y por tanto, no podíamos tomar una decisión política tan importante al margen del partido”.
En la perspectiva del tiempo e independientemente de la valoración que hoy tengamos respecto de la lucha armada y de la guerrilla, ciertamente es destacable que una mujer joven estuviera dispuesta a poner en riesgo hasta su propia vida, en función de un ideal. Sabemos que ella debió pagar un alto precio por ese compromiso, pero también que fue capaz de dar un giro, de remontar la adversidad, de emprender la lucha por dar con los detenidos desaparecidos de las dictaduras y de convertirse en una defensora incansable de los Derechos Humanos en Bolivia y en Latinoamérica.
El segundo episodio al que deseo referirme está contenido en el tercer capítulo “Marina era Soledad”. En éste, Carlos rememora a quien probablemente fue su primer amor y lo hace con una ternura conmovedora. Recuerda el primer encuentro lleno de sorpresa por la espontaneidad de ella; los traviesos y románticos paseos por Moscú y Leningrado, burlando seguramente la “rígida disciplina” de la Escuela de Cuadros; el impacto que le causó el descubrir que su “guía” era la víctima de la violencia política de la que se hablaba en los círculos de los partidos comunistas del continente, porque dejó marcas indelebles en su cuerpo; de cómo a pesar de esa traumática experiencia y de la pérdida de su compañero Soledad retomó la lucha, para finalmente, y de vuelta en Sud América, perder la vida en manos de su nueva pareja, en quien confiaba y cuyo hijo llevaba en las entrañas y que resultó ser un agente encubierto de la dictadura brasilera. Su asombro y ese último ¿por qué?, que no encontró respuesta de su asesino, están retratadas tan magistralmente por este cronista, por este colega y amigo periodista Carlos Soria Galvarro, que su relato nos arrancó lágrimas de los ojos y del alma.
A través de Loyola y Soledad, en Recordatorio, Carlos rinde homenaje a las mujeres que al igual que los varones dieron lo mejor de sí para luchar por la democracia, por la igualdad de derechos y por la equidad social, pero cuyo aporte, casi siempre queda invisibilizado.
¡Gracias Carlos por ello y por tanta vida generosamente compartida, al servicio del país y de los menos favorecidos e invito, especialmente a los jóvenes, a sumergirse en la lectura de este “Recordatorio”, que les permitirá tener, a diferencia de historias vergonzosamente inventadas, una visión, una perspectiva valiosa por ser real y fidedigna, de lo que fueron más de 50 años de historia de esta nuestra amada Bolivia!