Historia y Literatura reconciliadas
Confieso que me costó mucho escribir lo que a continuación va a leerse. Sobre todo hallar la manera de comenzarlo. Por momentos me parecía una tarea superior a mis fuerzas.
Me conmovió tanto la lectura de este libro que no sabía por dónde empezar a escribir un comentario. Lo leí en lo que viene a ser la primera edición, artesanal y fotocopiada, un inmenso volumen de más de mil páginas. Y lo hice con enorme placer, disfruté de una lectura atractiva y subyugante por su calidad literaria.
Pero además, porque me sentí muchas veces cercano o involucrado en situaciones dramáticas o anecdóticas que abundan en el texto. No en vano entre el autor y yo existe una amistad de más de medio siglo. Hemos transitado juntos experiencias vitales que nos marcaron a fuego, hemos compartido esperanzas y visiones, también amarguras y fracasos.
Tuvimos también, como no, una que otra divergencia, incapaz de fracturar esa antigua y entrañable relación amistosa.
Y a lo mejor por ahí estaba el meollo del problema.
La tremenda dificultad de opinar sobre algo que, al margen de pinceladas íntimas, de los desvaríos propios, exclusivos e irrepetibles del autor, me hubiera gustado escribir a mí mismo.
Quizá lo hubiera hecho sin el matiz estético con el que viene adornado, pues elegí deliberadamente el periodismo desechando expresamente la literatura en mi oficio con las letras.
Tal vez hubiera sido más indulgente frente a algunos personajes cercanos que nos amargaron la existencia en los años de la militancia en el Partido Comunista. Viéndolos ahora, en perspectiva, ellos me inspiran indiferencia y mi bronca contenida y acumulada en un cuarto de siglo de activismo cotidiano, transcurrido otro cuarto de siglo, ya no tiene como desbordase.
Acostumbrados a pensar a Ramiro como poeta, y a la vez político, por supuesto no siempre advertimos que su destreza en el manejo de la palabra le permite producir una prosa deslumbrante, poética si se quiere, para construir las memorias de su vida, una historia individual cargada de contexto. Porque en él se juntan sensibilidad y talento, le ha sido posible alcanzar el nivel de calidad y madurez literaria de esta obra.
Por ello Dos alas de un mismo vuelo no necesita de presentaciones. Es un libro que viene avalado por una extensa trayectoria de su autor, precisamente en los dos planos a los que alude el título, en la política y en la literatura. Además, sus dos primeros fragmentos, Nota preliminar y El tiempo capturado, lo dicen todo: “Temáticas y motivaciones espontáneamente recogidas en un texto”, “sin plan ni concierto”, “memoria de las cosas sencillas que le ocurrieron a un hombre”. Aunque en el “estilo de nadie”, se reconoce próximo a Confieso que he vivido de Neruda o a Vivir para contarla de García Marques, sin descartar a Galeano ni a lo “real maravilloso”, a propósito del cual hace una encendida y atinada defensa del aporte pionero de dos grandes de la literatura boliviana, “Chueco” Céspedes y Oscar Cerruto.
Dos alas…es el retrato íntimo, al modo fantástico, de la historia boliviana en la segunda mitad del Siglo XX, construido por quien vivió esos años intensamente, abrazó los ideales de transformación social y les dedicó con pasión una buena parte de su existencia.
Una persona no exenta de errores, contradicciones y enredos a los que a veces suele conducir la lucha política.
Alguien que no perdió la agudeza de su ingenio y el mágico poder de su palabra, en poesía o en prosa, aun en las más complicadas situaciones de la vida.
Un poeta capaz de despertar el fervor de los jóvenes, cuando declamaba su Ordalía inconclusa en una asamblea multitudinaria de universitarios, en momentos en que comenzábamos a sacar la cabeza luego de la larga noche la clandestinidad que nos impuso la dictadura de Banzer (yo asistí conmovido a uno de tales eventos y siempre me he preguntado si para un poeta puede haber mayor satisfacción que la que obtuvo Barrenechea en esa ocasión, cuando el público de pie le ovacionaba y le pedía que repita sus versos, como a un auténtico cantautor).
Un hombre que se lució en la cátedra universitaria. Que hizo notables aportes académicos trátese de la historia del libro, de la sociología o del derecho agrario. Contribuciones que no se reconocen, se ignoran o se trata de ahogar en el mar viscoso de la mediocridad rampante, de los prejuicios y las envidias que reinan en nuestras casas de estudios “superiores”.
Un líder político cuya proyección se truncó por una madeja de situaciones insondables.
Que quizá está en deuda consigo mismo y con sus seguidores, pues todavía están en suspenso balances de sentido crítico y también autocrítico. Se espera de él la chispa que encienda antiguos y necesarios debates que ayuden a explicar la génesis y la perspectiva de los procesos actuales y, de paso, apacigüen las angustias de quienes no hemos cambiado de bando, ni nos arrepentimos de haber entregado lo mejor de nosotros a la lucha por un cambio revolucionario y por una democracia avanzada que lo haga posible ¿Sirvió de algo la resistencia a las dictaduras? ¿Cuál nuestro principal aporte a este país como generación de revolucionarios? ¿Qué hicimos bien, en qué nos equivocamos y qué dejamos de hacer en el camino que emprendimos desde muy jóvenes?
Dos alas de un mismo vuelo es un multifacético y apasionado collage boliviano que podríamos entender como una provocación a reabrir esas reflexiones ineludibles.
Al no tener el rigor del documento estas memorias no valen como testimonio historiográfico, dice Ramiro Barrenechea. Pero en eso se equivoca. ¡Qué sería de la Historia sin los matices, las percepciones, las visiones y el sello individual aportado por sus protagonistas!