Nos parece más importante destacar las controversias al interior del campo progresista
Una gran polémica se armó sobre la
caracterización de los hechos que culminaron con el derrocamiento del
presidente Evo Morales. El que más y el que menos se cree obligado a
pronunciarse al respecto. La prensa escrita, pero en especial las redes
sociales, están saturadas de tal controversia. En la mayoría de los
casos las posiciones tienden a situarse según emplazamientos ideológicos
previos. Todos los matices considerados conservadores o de derecha
niegan que haya sido un golpe Estado, se trataría más bien de una
movilización ciudadana exitosa que hizo caer nada menos que a una
“tiranía” o “dictadura” de 14 años…
A la inversa de lo que podría pensarse, en el campo de la izquierda las posiciones no son unánimes, algunos comulgan con la idea de un idílico cambio de gobierno orientado a recobrar y, en su caso, enderezar la democracia. Pero la mayoría de los pronunciamientos desde la izquierda califican los hechos como golpe de Estado, orientado a reimplantar el modelo neoliberal y apartar a Bolivia de los procesos autónomos de integración latinoamericana. Por detrás de los acontecimientos estaría, a no dudarlo, la conspirativa mano negra del imperio, empeñado en asegurarse el control futuro del litio y sacar del camino a un gobierno declaradamente hostil a Estados Unidos.
No
es propósito nuestro incursionar en ese que amenaza convertirse en
falso dilema derecha-izquierda, golpe o no golpe. De seguro el debate
continuará y tendremos ocasión de fijar posiciones, sobre todo en
función de los pasos concretos que viene dando el Gobierno actual en pro
de ciertos grupos oligárquicos. No en vano “por sus frutos los
conoceréis”, dice la sentencia bíblica.
En
las actuales circunstancias, nos parece más importante destacar las
controversias al interior del campo progresista, comúnmente denominado
izquierda. Partimos de que si tales controversias existen, quiere decir
que nos esforzamos por hallar respuestas propias a nuevos y complejos
fenómenos de la realidad latinoamericana. Ya no reaccionamos por simple
inercia, solo repitiendo el pensamiento emanado de hipotéticos centros
de poder. Intentamos pensar con nuestras propias cabezas. Y esto nos
parece un hecho saludable, que debiera ir acompañado de propuestas de
unidad en la acción, en el camino de reconstruir un instrumento o
mecanismo político de los sectores populares.
Si
suponemos que la injerencia imperialista existe, ¿cómo descubrirla y
neutralizar sus efectos? ¿Son invencibles los letales efectos de métodos
digitales y cibernéticos para adocenar las mentes, en especial de los
jóvenes? ¿Son, en alguna medida, comparables como partes de una
estrategia común de “golpes blandos” la caída de Manuel Zelaya en
Honduras, la de Fernando Lugo en Paraguay, la de Dilma Rousseff en
Brasil, la defenestración de Rafael Correa en Ecuador y el reciente
derrocamiento de Evo en Bolivia?
¿Es
o no evidente que, en la resistencia a las dictaduras, la izquierda
latinoamericana hizo suyos, en lo fundamental, los principios
democráticos e inscribió en sus banderas la plena vigencia de los
derechos humanos, tanto los derechos civiles y políticos (rescatados del
liberalismo), como los económicos y sociales (nacidos del socialismo)?
Si la respuesta fuera afirmativa, ¿por qué entonces no discutir
abiertamente los casos de Nicaragua, Venezuela y otros? ¿La ineludible
solidaridad con los pueblos que sufren bloqueos y agresiones por parte
del imperialismo debe implicar la renuncia al tratamiento franco y
sincero de estos temas?
¿Cuán rezagada en las reflexiones de la izquierda está la temática ambiental? ¿Por qué los nuevos dueños del poder meten en una sola bolsa al llamado “narcoterrorismo” y al bodrio que ellos mismos denominan “socialismo del siglo XXI”? Y así, de seguido, las preguntas parecen de nunca acabar.