Juan de la Cruz Villca fue uno de los dirigentes más esclarecidos del movimiento campesino-indígena desde la década de los años 70. Tras un largo recorrido llegó a ser el máximo dirigente de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y, representando a su sector, ocupó la secretaría general de la Central Obrera Boliviana (COB). Algún tiempo antes de su fallecimiento (junio de 2016), aprovechamos un encuentro callejero casual para hacerle algunas preguntas.
El cruce de ideas fue más o menos así:
— ¿Cómo ves el “proceso de cambio” a más de 10 años de su gran triunfo electoral?
— Con luces y sombras.
— ¿Cuáles son las “luces”?
— Están a la vista: hay estabilidad, disminuye la pobreza, la discriminación subiste pero está arrinconada, tenemos una nueva Constitución…
— ¿Y las “sombras”?
— Hay muchas, pero las principales son de conducción.
— Cómo es eso, a ver, explícame…
— Gráficamente. Se supone que quienes hemos luchado años de años, somos los “dueños de casa” del proceso, pero ahora siento en carne propia que estamos siendo desplazados por los “invitados” o “inquilinos”, ellos se están apropiando de algo que no es suyo.
Es de lamentar no haber profundizado en la ocasión ese amago de diálogo. Juandela, como afectuosamente lo llamábamos, desde su propia vivencia daría muchas luces para comprender lo que en la actualidad ocurre con el “instrumento político”, descubrir por ejemplo quién divide a quién y cuál de ellos, o los dos, pretenden usurpar los espacios que muy poco ayudaron a construir…
¿Y qué está pasando realmente? Basta repasar los titulares noticiosos de estos últimos días para tener una idea. Cuando se podría suponer que las discrepancias han tocado fondo, surgen nuevos motivos de discordia. No se discuten cuestiones programáticas, no se ponen en tela de juicio determinadas políticas públicas. Al peor estilo de los políticos tradicionales en la pugna predominan los insultos, los calificativos denigrantes y las denuncias escandalosas que sacan los “trapitos al sol” (que de otra manera permanecerían en las sombras). Ya no queda casi nada de un bloque social popular, articulado en torno a nuevas propuestas y liderazgos renovados. Ningún resquicio orgánico institucional queda en pie para encausar la solución de las diferencias internas. Tampoco sirven los mecanismos constitucionales o las normativas legales establecidas por el propio proceso para regular el funcionamiento de los partidos políticos. Con tal de llevar agua a su molino cada uno de los bandos tiende a arrasar con todo lo que se le ponga al frente.
Conclusión: así como van las cosas, hasta ahí llegará “la revolución democrática y cultural”, basada en el concepto del “vivir bien”. Quedarán solo el desencanto, la decepción y la bronca.
En un contexto internacional muy complejo, proclive a una extrema derechización neoliberal, lo que puede venir después en nuestro país es la regresión pura y simple.
Una vez más, como tantas veces ha ocurrido en el pasado, los procesos de cambio que pueden ser muy diáfanos, progresivos y participativos, fracasan o se autodestruyen porque los dirigentes que engendran no están a la altura de las circunstancias. Revelan incoherencia, dicen una cosa y hacen exactamente lo contrario. El MAS-IPSP, sin ir más lejos, basó su justificada crítica a los políticos tradicionales en tres puntos clave: prebendalismo, corrupción y falta de respeto al voto popular. Pero, es muy fácil verificar que la mayor parte de sus dirigencias cojearon y cojean del mismo pie.
Carlos Soria Galvarro es periodista.