No se puede entender la presencia del Che en Bolivia sin considerar elementos del contexto mundial.
Hemos llegado al medio siglo de un acontecimiento internacional ocurrido en territorio de nuestro país. La guerrilla comandada por Ernesto Che Guevara no fue un suceso exclusivamente boliviano, sino el resultado de un complejo entramado mundial de ese entonces. Por una parte, la Revolución cubana, de forma militante, solidaria y comprometida, empeñada en apoyar cambios revolucionarios en diversas partes del mundo, pero particularmente en América Latina. Esto implicaba desafiar al poder imperialista de Estados Unidos; convocar a las potencias socialistas de entonces, la Unión Soviética y China, a un rol más activo en la confrontación; y también emplazar a las corrientes políticas de izquierda a hacer abandono de ideas y prácticas fosilizadas, dogmáticas y adocenadas. Una frase resumía la idea central del momento: la tarea de todo revolucionario era “hacer la revolución”.
Por otra parte, Vietnam, un pequeño país del sudeste asiático, condensaba la dramática situación existente. Medio millón de soldados norteamericanos, prevalidos de los equipos bélicos más destructivos, desataban una violencia inaudita contra el pueblo que buscaban mantener artificialmente dividido entre el norte y el sur. Miles de toneladas de fósforo blanco (napalm) quemaban los campos, los bombardeos inmisericordes de la aviación sembraban la muerte en las ciudades. Movilizaciones solidarias, particularmente de los jóvenes, se desataron en todo el planeta y también cada vez más al interior de Estados Unidos. Sin embargo, no lograban detener el martirio infringido a ese pueblo heroico. No es de extrañar, entonces, que el Che haya resumido esta forma de pensar en un documento escrito poco antes de venir a Bolivia: “¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo!”.
Es imposible entender la presencia del Che en Bolivia sin tomar en cuenta esos elementos del contexto mundial. Pero, además, desde abril de 1965 al mando de un contingente de voluntarios cubanos había estado luchando en el Congo en apoyo de los combatientes africanos que se enfrentaban a las potencias coloniales. Concluida sin éxito esta operación y conocida ya su renuncia a todos sus cargos y grados que ostentaba en Cuba, el Che decidió su retorno al cono sur latinoamericano, que tanto podía significar Perú, Bolivia o su país natal, Argentina. Pensaba hacerlo desde Europa, pero fue convencido de volver de incógnito a la isla y entrenarse con los voluntarios cubanos que lo acompañarían.
De ese modo se gestó el proyecto continental que el Che y los dirigentes cubanos decidieron finalmente que empezara en Bolivia, con la expectativa de que en fases ulteriores se expanda a los países vecinos. El operativo estaba comandado por el Che, pero contaba con el indeclinable e incondicional apoyo de Cuba y de Fidel Castro, su histórico líder. Obviamente aterrizar este esquema en un país concreto, con sus complejidades y situaciones políticas peculiares, engarzarlo con las luchas sociales vigentes, no era tarea sencilla ni inmediata. Tampoco su aplicación estuvo exenta de graves errores, falsas apreciaciones, improvisaciones y precipitaciones, que no es difícil señalar a posteriori.
Para los posibles y pocos lectores de mi generación, esta puede ser una historia demasiado conocida, no así para los más jóvenes, que son ahora la gran mayoría. En todo caso, es una historia que desata encendidas y apasionadas controversias. Quiere decir que todavía hay muchas lecciones por extraer para el presente.