Novelas

El formato literario es el único capaz de conseguir que quien lee ‘construya’ las situaciones y los personajes.

Cuando García Márquez publicó El general en su laberinto (1989), historiadores latinoamericanos, entre ellos varios bolivianos, reclamaron airados no solo por la presunta irreverencia con la que fue tratado Bolívar, sino por una serie de inexactitudes históricas que presuntamente abundarían en el texto. Al estilo caribeño, Gabo les respondió más o menos así: de qué se preocupan, mi libro no es un manual de Historia, es una novela.

En efecto, el formato literario, con sus dosis de ficción pero con un lenguaje seductor, es el único capaz de conseguir que quien lee “construya” en su imaginación las situaciones y los personajes. Así, las historias cobran vida. Por experiencia propia, desde que leí en la adolescencia Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre (1886)  y Túpac Katari de Augusto Guzmán (1944) soy un convencido del inmenso rol formativo que desempeñan las novelas con trasfondo histórico. Más aún si son llevadas al formato audiovisual.

Estas reflexiones, tal vez demasiado obvias, derivan en un reclamo a creadores y artistas, y buscan compartir dos recientes lecturas. Mi reclamo: ¿cuándo tendremos grandes obras artísticas sobre acontecimientos cruciales de la vida del país? ¿Hasta cuándo esperarán Túpac Katari, Juana Azurduy, el cura Muñecas, Eusebio Lira, el Tambor Vargas, los Lanza, Cañoto, Moto Méndez y tantos otros? ¿La Guerra del Pacífico, Pando y Zárate Wilka, el Chaco, la Revolución de 1952, la resistencia a las dictaduras no inspiran la creación artística? ¿Elizardo Pérez y Avelino Siñani con su Warisata a cuestas figuran en algún proyecto? Alguito se hizo, pero es demasiado poco y no siempre bien logrado.

Las lecturas: El hombre que amaba a los perros (2009), estremecedora novela del cubano Leonardo Padura, una trama de suspenso en torno al asesinato de Trotsky, pone en escena procesos fundamentales del siglo XX como la revolución rusa, la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y la propia revolución cubana, sometidos a una crítica implacable. Sus personajes están construidos en “buena parte al filo de la especulación a partir de lo verificable y de lo histórica y contextualmente posible” a decir del autor.

El talante político ultrarreaccionario, rancio y derechista de Mario Vargas Llosa contrasta con su inmensa calidad literaria. De su reciente y nada inocente visita a Santa Cruz (más ruido que nueces), rescato una afirmación: los escritores deben abordar en sus obras el contexto social y político, si no quieren quedarse en nimiedades. Y él lo hizo de modo magistral en su novela La guerra del fin del mundo (1981), reconstrucción literaria de un hecho histórico, el levantamiento campesino teñido de religiosidad popular ocurrido a fines del siglo XIX en Canudos, nordeste brasileño.

Y el dato curioso: Rui Facó, periodista brasileño muerto cerca de Arica en el accidente de un avión boliviano del LAB en marzo de 1963, estudiaba el tema y su libro Cangaceiros e fanáticos se publicó de forma póstuma ese mismo año. Por él sabemos ahora que el místico consejero, Joao Abade, Pajeú, y otros heroicos líderes que aparecen en la novela eran personajes de carne y hueso, completamente reales, lo mismo que las expediciones militares genocidas contra Canudos. Vamos a suponer que Rui Facó, periodista-historiador, fue una de las fuentes que inspiró al literato Vargas Llosa.

¡Tomen nota historiadores e historiadoras de Bolivia!

NdD. Desde este lunes, Carlos Soria Galvarro será parte de los columnistas que escriben en La Razón. Es para este diario un privilegio poder enriquecer las lecturas de nuestro público con las reflexiones de este experimentado periodista, historiador y docente universitario.

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