La columna que hoy fenece comenzó a publicarse en 1987, cuando ejercía la jefatura de redacción del semanario AQUÍ bajo la dirección de Antonio Peredo. Se interrumpió a raíz de mi paso a la dirección de Canal 13 en 1989. Luego de mi salida de la televisión universitaria se extendió la pausa obligada por mi actividad en el Centro de Documentación e información (CEDOIN) que publicaba Informe “R”, boletín para el que escribía artículos de fondo y luego los editoriales desde que fui designado como su director. Debo recordar también que por esas épocas inicié mi labor de docente universitario, que duró nada menos que 15 años.
En fecha que no alcanzo a precisar, ya a comienzos del siglo, fui invitado a escribir en el semanario La Época para lo cual retomé el título con el que había comenzado (Hic et nunc en el viejo latín). Allí escribí en el periodo dirigido por Raúl Peñaranda, su fundador, y también en un periodo a cargo de Hugo Moldiz. Después decidí saltar al medio digital y me enrolé entre los colaboradores de ERBOL; pero, por una serie de circunstancias no logré engranar en el formato digital.
Con tales antecedentes, Claudia Benavente me invitó a formar parte de los columnistas de La Razón. Buscando el inicio del nuevo ciclo me topé de pronto con una fecha que al comienzo me pareció increíble: ¡2 de febrero de 2014! Esto quiere decir que durante más de diez años y seis meses escribí una columna quincenal lo que suma alrededor de 270 entregas (recuerdo haber fallado en una sola ocasión, debido a un viaje intempestivo). En el anuncio amable de mi incorporación Claudia dijo: “… es para este diario un privilegio poder enriquecer las lecturas de nuestro público con las reflexiones de este experimentado periodista…”. En realidad el privilegiado fui yo: se me otorgó un espacio para opinar sin tapujos, con entera libertad, con la sola limitación de los ineludibles 3.600 caracteres.
Cabe recordar, sin embargo, que mis vínculos estrictamente periodísticos con este medio son muy anteriores y destacan dos de ellos: Uno, la publicación del suplemento de 32 páginas “A 29 años de su muerte: Tras las huellas del Che En Bolivia” el 9 de octubre de 1996, por acuerdo conjunto entre el Ministerio de Relaciones Exteriores, representado por Erick Torrico, La Razón dirigida entonces por Jorge Canelas y el suscrito Director de CEDOIN. Y el dos —a iniciativa de Juan Carlos Rocha y Grover Yapura— la segunda edición, corregida, ampliada y modificada de los cinco volúmenes de “El Che en Bolivia”, recopilación documental a mi cargo, publicada por CEDOIN entre 1991 y 1996 . Las entregas de CEDOIN fueron más o menos anuales, en cambio las de La Razón fueron semanales (septiembre-octubre de 2005).
Al grano. Lamento no poder acompañar el proceso de digitalización al que ingresa ahora La Razón. Ya no dispongo de algunas destrezas que se requieren para ello. Por este y otros motivos, retorno de modo irrevocable a la condición de colaborador eventual, cerrando definitivamente esta columna. La digitalización me brinda la oportunidad de dar un paso al costado, solo adelanta unas semanas lo que era ya previsible, dadas las limitaciones físicas que impone mi estado de salud.
Agradezco a los lectores que hasta aquí han seguido mis notas bimensuales. Agradezco a todo el personal de La Razón, y en especial a Claudia Benavente. Reitero con énfasis que el respeto irrestricto demostrado por ella posibilitó el ejercicio pleno y absoluto de mi libertad de expresión. Jamás he recibido la más mínima sugerencia en el abordaje de los diferentes temas y menos sobre el contenido de los mismos.
Un compañero del alma, amigo entrañable, pocos días antes de partir, en tono afectuoso me tachó de contemporizador. Quizá lo soy en alguna medida en la vida cotidiana, pero en el balance de lo que escribí en “Aquí y Ahora” creo pesan más las críticas, los desgarramientos y las broncas que suscitan los terribles tiempos actuales.
Esito sería… Ukch´akirakispawa Chaylla karqa…
Carlos Soria Galvarro es periodista.