Masacre de San Juan: otra víctima

Durante una recepción en la Academia de Historia hace algunos años relataba esta anécdota a unos jóvenes, entre los que estaba el poeta Benjamín Chávez, cuando divisé entre los asistentes a Héctor Borda Leaño. La ocasión me pareció propicia para que un poeta, testigo presencial de los hechos, confirmara mi versión ante el incrédulo grupo de muchachos.

En efecto, Borda se explayó en detalles que provocaron asombro, y terminaron por convencer a mis interlocutores. El hecho ocurrió en Sucre donde se realizaba un congreso de poetas bolivianos convocado por el inolvidable Eliodoro Ayllón Terán; era el 26 de junio de 1967. La guerrilla del Che estaba en su apogeo en el sudeste del país y 48 horas antes se había producido la Masacre de San Juan. El recital tenía lugar en el colmado Paraninfo de la Universidad de San Xavier.

Jorge Calvimontes, otro gran poeta cuyo fallecimiento en México en diciembre de 2013 ha pasado casi desapercibido en el país, tomó la palabra y comenzó a desgranar sus versos: “Te lo juro hermano mío / yo solo vine a cantar (…)”.

Quienes alguna vez escuchamos declamar a Calvimontes podemos acreditar su imponente expresión y lo impactante de su voz, como salida de un oscuro y profundo socavón.

“¡Hay madre, en tus manos dejo / mi silencio avergonzado (…) / esto que nos han hecho / ya no podemos callar. / ¿Por qué has manchado el rocío / con la sangre, general? / Silencio, silencio niño, / no te vayan a quemar (…)”.

La tensión emocional iba subiendo en el conmovido público y podemos imaginar que llegó al clímax cuando Calvimontes introdujo en su poesía trozos musicales muy conocidos: “Desgarrado siento mi pe….” / ¡Silencio, te estoy matando! / ¡Ya no podemos cantar (…) ! / “Viva mi patria Boli….” / ra ta tac tac / Ay compadre, te he matado / ¡No debías protestar (…)!”.

Cuando el poema finalizaba se produjo un tumulto, alguien cayó desvanecido. Era Miguel Ángel Turdera Pereyra, maestro de profesión y a punto de obtener su título de abogado. Falleció de un infarto ahí mismo, no tuvo tiempo siquiera de llegar al hospital.

De pura casualidad la conversación con los muchachos y Borda Leaño era seguida con atención por una señora de edad madura. De pronto rompió el silencio y nos dijo que era la hermana del fallecido, y que lo que había escuchado era rigurosamente cierto. Miguel Ángel era de complexión robusta y sana, no tenía ningún antecedente cardíaco. Fue ella quien me proporcionó después una fotografía de esta víctima indirecta de la Masacre de San Juan. La publiqué junto a un artículo en el suplemento cultural El Duende del periódico La Patria de Oruro.
Recordando a las víctimas y en memoria de Jorge Calvimontes, valía la pena volver a contar esta increíble historia. ¿No les parece?