Las cifras son aterradoras. Al momento de escribir estas líneas ya son más de 800 palestinos muertos.
Las cifras son aterradoras. Al momento de escribir estas líneas ya son más de 800 palestinos muertos, una gran parte de ellos niños y mujeres, y los heridos sobrepasan los 5.000. Fueron atacadas escuelas de la ONU donde mucha gente se refugiaba e incluso han sido alcanzados por el fuego ambulancias y hospitales. La colosal asimetría de este conflicto se evidencia al constatarse que en el bando agresor las bajas apenas pasan de una treintena.
La locura guerrerista contra la Franja de Gaza, donde viven apiñados en 360 km2 casi un millón y medio de palestinos, cuenta con el respaldo explícito de Obama, quien proclamó el “derecho de Israel a defenderse”; frente a lo cual resulta una vulgar hipocresía preocuparse solamente de los “daños colaterales” que esta situación provoca en la población civil.
El conflicto parece de nunca acabar y tiene connotaciones muy complejas. Se vincula con la geopolítica regional de las potencias capitalistas, y en no menor medida también con cálculos políticos de los principales actores de ambos lados. La confrontación bélica se vuelve intermitente —la anterior vez, en 2008-2009, tuvo un saldo de 1.400 palestinos y 13 israelíes muertos— en función de mezquinos intereses políticos. La ofensiva actual antes que ubicar y destruir los túneles desde donde Hamas dispara sus cohetes artesanales parece más bien orientada a frenar los significativos avances hacia la creación de un Estado palestino independiente. A su vez Hamas, mayoritaria en Gaza, utiliza el conflicto en su disputa con la Autoridad Palestina que gobierna Cisjordanía, con sus 2,5 millones de habitantes.
La más cruel de las ironías es que todo esto ocurre nada menos que en lo que debió ser el Año Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino 2014, según la Resolución 68/12 de la Asamblea General de la ONU, que propugnaba la movilización internacional para conseguir una solución total, justa y duradera a la cuestión de Palestina, destacando “Los derechos inalienables del pueblo palestino, especialmente los derechos a la libre determinación y la independencia, con arreglo al derecho internacional y a las resoluciones de las Naciones Unidas”; y “los obstáculos en el proceso de paz abierto, particularmente aquellos más urgentes, como los asentamientos israelíes ilegales, la situación de Jerusalén, el bloqueo de Gaza y la situación humanitaria en el Territorio Palestino Ocupado”.
A propósito de esto, en noviembre de 1979 participamos, conjuntamente con Carlos Antonio Carrasco y Óscar Eid Franco, representando a Bolivia en un encuentro de solidaridad con Palestina en la capital de Portugal (Lisboa). Han pasado 35 años y parece que las cosas siguen igual, o en algunos aspectos, peor.
Además de la enorme complejidad del tema me impresionó el carisma del líder histórico del pueblo palestino, Yaser Arafat, quien hizo uso de la palabra en un concurrido mitin y relató que en una visita a un campamento de refugiados, una madre palestina con su hijo muerto en brazos se había dirigido a él con la terrible y angustiante pregunta: ¿dónde lo podría enterrar? Dada la precariedad de la vida en el campamento, ¿tendría acaso que peregrinar con los despojos de su niño a cuestas? Conmovedoras interrogantes que deben estarse haciendo en estos momentos los familiares de las víctimas de la masacre genocida de Israel en la Franja de Gaza.