Aquí y Ahora, La Razón. 11 septembre 2016
Uno de los grandes aciertos de nuestra inolvidable colega, defensora de los Derechos Humanos y propulsora de verdaderos cambios en la vida del país, fue el inaugurar el estudio a fondo de los conflictos sociales. En la Fundación UNIR Bolivia que ella creó, a partir de 2006 y hasta fines del pasado año, funcionó una multidisciplinaria unidad de análisis de conflictos, que entre otras importantes tareas, recogía y sistematizaba la información diaria que se generaba sobre el tema en 14 medios de difusión (12 impresos y dos cadenas radiales). De ese modo llegó a construir una base de datos con información completa sobre miles de casos considerando el número de conflictos, su tipología, los actores y sectores demandantes y demandados, el ámbito geográfico en que se producían, las medidas de presión, su nivel de gravedad e importancia y su desenlace. Además, publicaba un boletín periódico mensual y otro semestral con esta información lo cual permitía establecer tendencias, saber cuándo y por qué subían o bajaban la intensidad y el número de conflictos.
Hay que subrayar la pertinencia y la certera visión de Ana María Romero de Campero y su equipo de colaboradores para diseñar esa actividad: Bolivia, era, es y probablemente seguirá siendo todavía por un largo tiempo un país “fecundo” en conflictos, lo cual de cierta forma revela que no somos una sociedad estática y pasiva, sino, al contrario, tenemos un fuerte dinamismo y un rasgo participativo destacable.
Sin ahondar demasiado y casi de memoria, las impresiones que me quedan sobre el esfuerzo realizado por UNIR son algunas ideas que resumo a continuación:
-Se debe trabajar en la prevención de los conflictos (prevenir antes que lamentar), en lo posible adelantarse a ellos, procurando evitar el estallido.
-Si pese a todo un conflicto se desata, hay que evitar el escalamiento, pues si esto se produce, llega el momento inexorable del descontrol.
-El “manejo” de conflictos es todo un arte, se requiere capacidad de diálogo, intermediación, sensibilidad del demandado hacia el demandante (la soberbia es lo menos aconsejable) y sobre todo eficiencia para atender y resolver lo que puede ser el núcleo razonable y generalmente atendible de una demanda (la burocracia “insensible y satisfecha” es casi siempre parte del problema).
-El conflicto no necesariamente tiene una connotación negativa, revela problemas no resueltos y por tanto es una oportunidad para la búsqueda y el encuentro de soluciones.
-El conflicto evoluciona, se transforma, en uno u otro sentido. No abordarlo oportunamente, usar la dilación buscando el cansancio, es convertir el conflicto en una bomba de tiempo (que no deja de tener su reflejo en las urnas, podríamos añadir).
-Por falta de cultura democrática muchas veces los demandantes asumen posturas radicales, sus demandas se convierten en exigencias irracionales y los mecanismos de presión “hasta las últimas consecuencias” asumen calidad de acciones delictivas. Hay que contar con ello. Nadie dice que sea fácil encarar estas situaciones y que existan recetas infalibles. Pero, por eso mismo la experiencia acumulada y los estudios realizados sobre el rubro, son de enorme utilidad.
A la luz de los dramáticos acontecimientos de los últimos días puede afirmarse que el legado de Ana María, fallecida cuando era senadora de la bancada parlamentaria del MAS, no fue debidamente aprovechado por el actual equipo gobernante. UNIR trabajaba el tema con fondos de la cooperación externa, y quizá por eso sus análisis eran vistos con cierto desdén en las esferas oficiales. Es hora de que el Estado asuma y continúe seriamente esa labor ¿No les parece?