La trayectoria profesional de Carlos Soria Galvarro, Premio Nacional de Periodismo, tiene hitos destacables que han dejado lecciones sobre el valor del ejercicio periodístico con rigor, ética, dedicación y perseverancia.
Por su modestia, no creo que a él le agrade ser citado como un ejemplo para otros periodistas, pero estoy seguro de que su honestidad intelectual es una primera lección evidente en sus investigaciones de cinco décadas sobre la guerrilla del Che Guevara en Bolivia.
Ese trabajo le ha dado una reputación de investigador riguroso en el país y en el exterior. A esa imagen ha contribuido que Soria Galvarro no haya escrito loas ni textos panegíricos para el guerrillero, pese a haber sido en su juventud un militante comunista, haber tenido amigos en la guerrilla e incluso a haber intentado sumarse a la misma.
Soria Galvarro cuenta la vida de la guerrilla con testimonios, documentos, nombres y fechas, subrayando las dudas existentes y manteniendo distancia de la historia oficial y las fuentes oficiales. Su mérito es no haber mezclado sus investigaciones con sus sueños y pasiones.
Una segunda lección está en el esfuerzo y en la constancia para convertir los temas que le interesan en libros publicados para evitar la maldición del olvido, a la que parecer estar condenado el trabajo de los periodistas cuando dan una importancia pasajera a los hechos. No es el caso del incansable Soria Galvarro, que tiene varios libros publicados y puestos a disposición de todos en su blog de manera gratuita. Se trata de una generosidad con la información y con los libros, ya conocida de su período de docencia universitaria en periodismo.
La tercera lección para el gremio es la transparencia, que es evidente cuando uno entrevista a Soria Galvarro. Lo sentí así cuando conversé con él hace unos años para conocer sus principales hallazgos sobre la guerrilla del Che Guevara durante el medio siglo de sus investigaciones. Con franqueza también me habló de sus vacilaciones y de las interrogantes pendientes de resolver en su trabajo.
Un ejemplo de esa transparencia también conocí al leer las peripecias que atravesó cuando Bolivia expulsó al nazi Klaus Barbie para ser juzgado en Francia en 1983. En su condición de director de Noticias del canal estatal, Soria Galvarro entrevistó a Barbie durante el viaje grabando un material que los medios franceses se disputaron económicamente en París haciendo ofertas de todo tipo apenas había aterrizado la aeronave. Al final, un medio pagó 30.000 dólares al Estado de Bolivia por ese material.
La entrevista en pleno vuelo era en sí misma un hito periodístico, pero las negociaciones comerciales por ese material merecen ser mencionadas por la forma en que Soria Galvarro actuó para mantener su integridad.
Los detalles los cuenta en su libro “Barbie Altmann, de la Gestapo a la CIA”, a propósito de las polémicas de entonces porque un gerente del canal, miembro de la comitiva del viaje, había vendido por su cuenta fotografías de Barbie a un medio francés, lo que le valió ser despedido y procesado, pese a ser el hermano de un ministro.
En un texto lleno de anécdotas, Soria Galvarro relata como actuó a nombre del Estado, reivindicó la propiedad intelectual del canal estatal sobre la entrevista, hizo informes detallados para la Contraloría y en una carta al Parlamento reclamó que cualquier tribunal verifique sus actuaciones, sometiéndose al escrutinio público e institucional. Finalmente, no tuvo observación alguna.
Así, el ejemplo de Soria Galvarro puede considerarse una fuente de inspiración para los periodistas.