¡Alegra el retorno de este periódico a sus ediciones los siete días de la semana! En primer lugar, porque significa eliminar los “saltos” de los martes y jueves que podrían dar lugar a cabos sueltos o vacíos, quizá solo perceptibles en la perspectiva del tiempo. No hay que olvidar que una característica esencial de la actividad periodística es precisamente su “periodicidad”, que es de donde toma su nombre, aunque ésta puede ser diaria, interdiaria, semanal u otra. El medio impreso, la “prensa”, a lo largo de varios siglos es el que ha marcado con mayor fuerza las ediciones cotidianas, al punto que es frecuente usar la palabra “diario” como sinónimo de “periódico”. Y esto seguirá siendo así por muchísimo tiempo pues los espacios por internet, creaciones novedosas y complementos ineludibles como los creados por LA RAZÓN en este tiempo (streaming), no sustituirán las emisiones cotidianas de información estructurada según formatos cambiantes, pero en lo fundamental, heredados de la prensa escrita.
¡Bienvenido entonces el retorno de LA RAZÓN a su cabal condición de diario!
Sin embargo, hay más. Si este retorno ha podido realizarse estimamos que se debe al hecho de haber alcanzado, a partir de una dura crisis en 2020, un nivel de estabilidad empresarial que lo hizo posible. Y esto podría significar una recuperación de mayor autonomía propiamente periodística, frente a los poderes tanto políticos como económicos, entre los que se cuenta el propietario de LARAZÓN y Extra, empresario venezolano-paraguayo también vinculado en Bolivia al negocio ferrocarrilero y otros rubros. Ese no es un secreto para nadie. Junto al reconocimiento público de esa relación se ha dicho reiteradamente que la línea editorial de ambos medios era, es y será definida por los respectivos equipos periodísticos y su personal responsable, sin injerencia del propietario; aspiración legítima pero no siempre fácil de aplicar, más aún en situaciones críticas, como las del pasado año, en las que la mano administrativa penetró a fondo para hacer una reestructuración completa, en muchos casos dolorosa y dura, que no puede haber dejado de influir en la línea editorial.
El tema nos remite a la recordada y muy querida colega Ana María Romero de Campero, quien a tiempo de recibir el Premio Nacional del Periodismo, en 1998, alertó sobre esa anómala tendencia a que los empresarios y sus burócratas a título de marketing, de la competencia o de las conveniencias del sometimiento político, se entrometían en terrenos propios del quehacer periodístico. Se hablaba mucho en esos tiempos de establecer normativas que eviten que las empresas periodísticas sean parte de corporaciones de distintos rubros, el negocio periodístico debía ser autosostenido para realmente manejarse por lo menos con cierta independencia. Quizá el avance ha sido muy pequeño en esta materia y la llegada del internet alteró aún más ese complejo panorama.
Rafael Archondo Jr. con unos novedosos y entretenidos modelos de investigación y a partir de las experiencias que vivió en carne propia cuando fue censurado en LA RAZÓN, entonces en manos del grupo Garafulic, publicó el libro Incestos y Blindajes: Radiografía del campo político-periodístico (Plural, 2003). Critica un extremo determinismo que sería predominante y asumiendo, eso sí, un extremo relativismo, eslabona al sistema político con el sistema periodístico en el mar inestable de las gelatinosas y cambiantes correlaciones de fuerzas. Tal vez era una visión anticipada de su alejamiento del proceso de cambio, su agresiva ruptura con LA RAZÓN y su amigable reencuentro con la nueva generación de los Garafulic que, sospecho, defiende los mismos intereses que la anterior.
Colofón: ¿Qué es mejor, nadar contra la corriente o dejarse llevar por ella?
Carlos Soria Galvarro es periodista.