Al repasar las columnas que cada quincena publiqué el año ya pasado, descubro una constante que al parecer me obsesiona: si hay algo que los ciudadanos descubren con extrema facilidad y repudian es la falta de coherencia. Es decir, cuando lo hecho no concuasa con lo dicho. Decir una cosa y hacer lo contrario es la mejor manera de anotarse puntos en contra; y esto no se arregla con abusivas, millonarias y machaconas campañas de propaganda en los medios… Las estrategias que venden gato por liebre, propias del marketing político, pueden alcanzar logros parciales; son capaces de obtener “resultados” a pedido de sus clientes, pero a la vuelta de muy poco, tales éxitos se muestran efímeros y deleznables.
Se cumple el viejo adagio atribuido a Lincoln de que se puede engañar todo el tiempo a una parte del pueblo, o una parte del tiempo a todo el pueblo, pero nadie puede engañar todo el tiempo a todo el pueblo.
Gonzalo Sánchez de Lozada tuvo que aprender en carne propia la lección del 2002. Atenido a su millonaria chequera contrató los servicios de los más capos estrategas norteamericanos y consiguió volcar transitoriamente los resultados a su favor, de la misma forma que algunas campañas publicitarias posicionan momentáneamente un determinado producto, hasta que los consumidores comprueban que éste no es como lo pintan.
Ciertos estrategas del oficialismo, que tienen a su disposición una desmesurada cantidad de recursos públicos y que no poseen ni de lejos la eficiencia de los “marketineros” yanquis, podrían también asimilar la lección en lo que les toca.
Parece increíble, al final, más temprano que tarde la gente desecha lo que es “pura propaganda” y compara la información con los datos de la realidad. Si la información coincide con sus propias percepciones, si no contradice a los hechos, se refuerzan las convicciones, renace el entusiasmo y las adhesiones surgen de un modo natural y espontáneo. Y a la inversa, cuando por ejemplo se reitera la consigna de “cero tolerancia a la corrupción” y a la vez se propugna candidatos con notoria cola de paja, los resultados están a la vista. La coherencia es, pues, la clave del éxito.
Siento que esta reflexión es muy pertinente. El año que comienza hoy viene muy cargado, será de grandes batallas políticas que definirán el rumbo de los procesos de cambio iniciados el 2006.
El contexto externo es adverso tanto en lo económico como en lo político; pende la amenaza del retorno del “gran garrote” estadounidense contra las posiciones soberanas, las transformaciones progresistas en democracia y los avances de la integración latinoamericana.
En lo interno el panorama no es menos complicado. El bloque social que apoya al proceso tiene varios síntomas de deterioro y está seriamente erosionado por el lado de las capas medias y la intelectualidad. La credibilidad de su liderazgo ha sido afectada por sucesivos escándalos de presunta corrupción y por errores estratégicos de gestión, como el no haber previsto la crisis del agua.
La insistencia en modificar la Constitución para repostular al presidente Evo es una apuesta peligrosa de resultados inciertos. Por otra parte, la persistente confrontación con los medios, sector que encabeza los índices de credibilidad, provoca que los gremios periodísticos cierren filas inamistosamente, justo en momentos en que la batalla por la información será decisiva; pero además, suena a cojo echando la culpa al empedrado.
Recuperar la sensatez y el realismo, corregir errores, reconducir el proceso…Dudo que sean coherentes… pero la esperanza es lo último que se pierde. ¡Feliz 2017!
Lo analizado coherentemente, no tendrá como csusa, entre otras, la impostura de los actores?