Algunos lectores entendieron erróneamente que esta columna se despedía de La Razón en la quincena anterior. Varios de ellos/ellas, con la motivación del apasionamiento político, querían efectivamente que esto ocurriera y hasta se nos ofreció espacio para cambiar de barco en medio de la tormenta. No hay tal. Lo que se dijo entonces fue nada más ni nada menos que existe una relación especial entre este diario y quien esto escribe, relación construida a lo largo de muchos años y totalmente independiente de los cambios de personas y de recomposiciones de los paquetes accionarios, o sea de las ventas y re-ventas de la empresa que lo produce y, por consiguiente, los cambios en su orientación editorial. Hasta ahora dichas relaciones han tenido lugar sobre un basamento único: el periodismo. Y mientras esto siga siendo así y tengamos la energía necesaria, no nos iremos, menos se nos ocurrirá cruzar la calle para ir en brazos de la competencia. Lo que dejamos planteado es que hay factores que pueden alterar esa situación. Por ejemplo, reaccionaría de inmediato si alguien intentara censurar o coartar las opiniones que aquí se plantean. Y también si por encima de los fundamentos del periodismo, este diario defendiera los negocios extra-periodísticos de sus propietarios, tema, este último, muy álgido y motivo de fuertes debates y razonables susceptibilidades.
Fue precisamente Ana María Romero de Campero quien lanzó la voz de alerta sobre esta cuestión cuando recibía el Premio Nacional de Periodismo en 1998. En su disertación, Anamar señaló que era cada vez más evidente la peligrosa tendencia de otorgar mayor poder a los “gerentes” por encima de los “directores”, especialmente en la toma de decisiones sobre los asuntos estrictamente periodísticos. De esta preocupación emerge la propuesta de separar a las empresas de difusión social del conjunto de los negocios. Vale decir que los medios deberían ser autónomos para no ser utilizados en la protección, consciente y/o inconsciente, de intereses de otros rubros empresariales. Objetivo utópico, por cierto, pero no por ello menos necesario.
El actual propietario de La Razón, que ahora además es importante accionista de las dos empresas ferrocarrileras y tiene otros negocios en Bolivia, ha sostenido reiteradamente que nunca se metió en la orientación del trabajo periodístico, que su participación se limita ahora a salvar del cierre a la empresa que en los últimos años trabajaba a pérdida. Reconoce que ha tomado en sus manos la reestructuración de la empresa. ¿Cómo influirá esto en la línea editorial? ¿Será evidente que en ese proceso de respetaron estrictamente las normas laborales? ¿Se tomaron en cuenta las propuestas y sugerencias de periodistas y trabajadores para encarar la crisis? Todavía hay muchas cosas que están por verse.
Entretanto quisiéramos remarcar algunas constataciones. Ante la irrupción de los canales digitales, los medios impresos atraviesan por una seria crisis en todas partes del mundo, por lo tanto los ajustes y reestructuraciones son por lo general necesarios e inevitables. Los durísimos efectos de la pandemia del coronavirus hicieron la situación más difícil y complicada todavía. Y si a ello añadimos el ingrediente del apasionamiento político que genera especulaciones y sospechas que envenenan el ambiente, el cuadro está completo.
Cuando se escriben estas líneas, viernes 7 de agosto, el panorama del país es de una terrible y dramática complejidad. Volveremos sobre estos temas venciendo la tentación maniquea de considerar que todos los buenos están de un lado y todos los malos del otro.