Santa Cruz se distinguió no solo como estratega militar y estadista, sino también como impulsor de la cultura
En el fragor de los aniversarios patrios suelen predominar algunos discursos estridentes pero vacíos, así como los sonidos de bandas militares y de “bandas de guerra” de muchos establecimientos educativos. Queda poco espacio para la reflexión serena sobre las glorias pasadas y acerca de las personalidades sobresalientes que entregaron aportes constructivos a la historia de este país. Tal cosa sucede, por ejemplo, con Andrés Santa Cruz Calahumana.
Se podría reprochar a este personaje cierto pragmatismo que dio lugar a un retroceso en las políticas liberales implantadas por Simón Bolívar y Antonio José de Sucre (particularmente en relación a la esclavitud y al tributo indígena), pero lo que es indiscutible es su contribución decisiva en el surgimiento de Bolivia como Estado independiente; en su obra magna, la Confederación Perú Boliviana, proyecto de inspiración bolivariana derrotado por las conspiraciones internas y la agresión externa de Chile y la Argentina, inmersos en preocupaciones geopolíticas.
Los hombres de mayor confianza de Bolívar eran precisamente Sucre y Santa Cruz. Para proseguir sus planes de confederar la Gran Colombia, el Libertador dejó al primero en la presidencia de Bolivia y al segundo, en la del Perú, nombrando a ambos con el máximo grado militar; Mariscal de Ayacucho uno, y Mariscal de Zepita el otro.
Dada la relativamente escasa bibliografía boliviana sobre Santa Cruz, vale la pena destacar la inclusión entre los 200 títulos de la Biblioteca Boliviana del Bicentenario (BBB) de un trabajo del historiador estadounidense Phillip T. Parkerson, aparecido en 1984 bajo el título Santa Cruz y la Confederación Perú-Boliviana, 1835-1839, “un libro excepcional para desentrañar el verdadero significado del proyecto confederal de Santa Cruz y los dramáticos avatares de su desarrollo”, dice el historiador C. Mesa en el estudio introductorio.
Como nos lo hacía notar José Roberto Arze, Andrés Santa Cruz no se distinguió solamente como estratega militar, conductor político y notable estadista, sino también como empeñoso impulsor de la cultura. Fundó dos universidades, la de La Paz y la de Cochabamba; a las cuales ciertamente las bautizó con nombres de santos, pero con el consiguiente significado terrenal: San Simón, por Bolívar, y San Andrés, por él mismo. Además, impulsó la creación de bibliotecas públicas en todos los departamentos, las cuales debían ser manejadas por asociaciones locales. Uno de los retratos más conocidos de Santa Cruz lo presenta de cuerpo entero y leyendo un libro que sostiene en la mano, dato muy revelador, por cierto.
Por todo ello y mucho más, elevamos por enésima vez nuestra voz de protesta ante el descuido del Gobierno Municipal de La Paz y la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), ya que hasta ahora se han mostrado incapaces de cumplir sus propios acuerdos, cuales eran los de llevar la cabeza de Santa Cruz esculpida en roca por Ted Carrasco a un sitio honorífico y expectable, y no mantenerlo por más tiempo arrojado en los extramuros y encerrado tras una malla de gallinero.
Ambas instituciones se tiran la pelota y no asumen sus responsabilidades. La una, por la desfachatez de destruir una obra artística enclavada en la apacheta de San Francisco. Y la otra, por haberse comprometido a brindar un sitial de honor a la efigie de su fundador. Que el alcalde Revilla y el rector Albarracín tengan otras prioridades, vaya y pase; pero ¿no hay a nivel institucional personas sensibles que alejadas del embrollo político se preocupen de estos temas?.
Coincido con la protesta del descuido que sufre la efigie de este personaje histórico. Pero no me convence del todo su tarea como estadista. Alcide d’Orbigny, en su libro «Viaje a la América Meridional», expresa su sorpresa por el gobierno y las decisiones adoptadas para Bolivia por el mariscal de Zepita.