El vertiginoso ascenso que ha convertido a China en una potencia mundial sucedió en las últimas décadas, frente a nuestros ojos. Quienes hemos seguido más o menos de cerca los dramáticos cambios ocurridos no terminamos de salir del asombro.
Con el triunfo de la Revolución China en 1949 se cerró un largo periodo en el cual este país superpoblado y de una cultura milenaria fue ocupado, saqueado y despedazado por las potencias coloniales occidentales, especialmente a lo largo del siglo XIX. Luego de sangrientas guerras civiles y nuevas ocupaciones como la del Japón en el siglo XX, empieza su historia moderna como parte de lo que entonces se llamó el “campo socialista” integrado por la Unión Soviética y las “democracias populares” del este de Europa. Más de 20 años la República Popular China vivió cercada y combatida, aislada diplomáticamente y con su representación en la ONU usurpada por Taiwán.
A comienzos de los años 60 asomaron las discrepancias cuando los dirigentes chinos acusaban a los soviéticos de complicidad con los imperialistas, proclamaban su apoyo a las guerras de liberación nacional y a una confrontación entre la “aldea mundial” del Tercer Mundo y la “ciudad mundial” del mundo desarrollado. Advino en 1966 la llamada Revolución Cultural supuestamente para evitar el viraje hacia el capitalismo, pero en el fondo para reafirmar el poder personal de Mao Zedong. Aunque oficialmente concluyó este proceso en 1969, de hecho sus tremendos desvaríos se prolongaron hasta la muerte del líder en 1976. Poco tiempo antes, en un viraje que sorprendió al mundo entero, en 1972 el presidente de Estados Unidos Richard Nixon visitó Beijing, le estrechó la mano a Mao y dio comienzo a la normalización de las relaciones y al reconocimiento internacional de la China. Internamente, Den Xiaoping, uno de los defenestrados por la Revolución Cultural, contraatacó y se hizo del poder para implantar el llamado “modelo socialista de mercado” que rige hasta hoy y que ha transformado radicalmente al gigante asiático.
A la par de su presencia en la economía global, hace casi dos décadas China inició lo que algunos llaman su “desembarco” en América Latina. Devino en el mayor socio comercial de nuestros países, nos compra principalmente petróleo, minerales y alimentos. Nos inunda con sus ventas de todo, o casi todo. Promueve grandes inversiones en los rubros que son de su particular interés, como por ejemplo el acaparamiento de tierras para la producción de soya, que además prefiere comprarla en grano, sin ningún procesamiento que incluya valor agregado. Participa y financia grandes obras de infraestructura. Concede créditos multimillonarios, por lo general atados a la compra de sus mercancías y servicios. Fomenta la inmigración de ciudadanos chinos en gran escala (se calcula que solo en la Argentina han “desembarcado” más de 100.000 de ellos).
El sector público, es decir el Estado chino, está “omnipresente” en esta relación; ha marcado abierta y específicamente las pautas que deben regirla, por cierto con mucho énfasis en la cooperación y el beneficio recíproco. Aspectos que a veces se soslaya con facilidad si se topan de nuestro lado con negociadores ingenuos, desinformados o proclives a sucumbir frente a los halagos, las invitaciones o directamente las coimas.Además, dada la peculiar naturaleza de la economía china, los actores que participan en esa relación son múltiples, diversos y entremezclados. Están las instituciones públicas chinas de distintos niveles, incluso provinciales y municipales, las empresas estatales, las mixtas, las semiestatales, las privadas, los bancos, etc. Y en ese conglomerado no se descartan prácticas corruptas, así como también rivalidades e ineficiencias.
¿La presencia china representa una oportunidad o una amenaza para Nuestra América? Quizá ambas cosas a la vez. En nuestra próxima columna, trataremos de explicar por qué.
El crecimiento económico de China supera por su tamaño a varias economías, cuasi sustituye la producción local por compra de materias primas, activos, deudas e inmigrantes chinos, lógico que a un gobierno que le vale un comino la producción privada nacional, impulsará el intercambio comercial con China, los afectados por las crecientes importaciones chinas son en su mayoría medianas y pequeñas empresas, que No tienen ni voz ni voto frente al todopoderoso soberano, que prefiere productos chinos, con la nefasta consecuencia del impacto sobre el empleo formal…