Dos países en la mira: los cambios son posibles

El cuadro político latinoamericano se ha modificado en los últimos años a ritmo vertiginoso.

Colombia este domingo y México el 1 de julio enfrentarán grandes dilemas que pueden marcar rumbos y tendencias en el futuro inmediato. El cuadro político latinoamericano se ha modificado en los últimos años a ritmo vertiginoso, poniendo en evidencia lo oscilante y volátil de la situación, y remarcando que no existen procesos irreversibles en uno u otro sentido, que nada está dicho para siempre.

En Argentina se dio fin a una de las modalidades del peronismo con sesgos populares y política exterior independiente, pero carcomido por la corrupción. Sin embargo, el regreso a las conocidas recetas del FMI permite entrever una resistencia capaz de retomar y depurar el rumbo progresista. Lo ocurrido en Brasil es como para no creer: una élite política corrupta hasta la médula desplazó a la Presidenta electa y encarceló, sin evidencias probatorias, al líder con mayor preferencia electoral, quien además promovió como gobernante algunos cambios que apuntaban a disminuir la desigualdad interna y a un proceso autónomo de integración latinoamericana; aspectos que la oligarquía local coludida con el imperio no le perdonan. En Chile ya no es novedad el retorno de la derecha frente al desgaste y la tibieza de la “Concertación”, pero lo nuevo es el crecimiento electoral de la izquierda y el desarrollo de significativos movimientos sociales.

Venezuela, si bien es víctima de guerras mediáticas y económicas, se ha mostrado hasta ahora incapaz de marcar una salida del profundo abismo de la crisis económica. Su futuro es incierto. Lo que está pasando en Nicaragua no admite explicaciones simplistas sobre probables conspiraciones. Hay un caldo de cultivo innegable, algo tiene que estar demasiado mal para que tales cosas ocurran. Finalmente, el proceso de cambios en Bolivia no está en su mejor momento, hay marcadas deficiencias en la gestión gubernamental, groseras contradicciones entre el discurso y la práctica, y una constante erosión de su base social, que no parece ser advertida por las dirigencias.

En Colombia, aunque no gane la opción popular en el balotaje, por primera vez en muchísimo tiempo las fuerzas progresistas y de izquierda han sido capaces de unirse y disputarle el poder en las urnas al continuismo de la rancia oligarquía local, representada por los gremios empresariales, los principales medios de difusión y todos los partidos tradicionales unidos. El movimiento Colombia Humana que apuntala Gustavo Petro ha realizado una novedosa y participativa campaña propugnando importantes cambios para afianzar la paz, profundizar la democracia y hacer un país más equitativo. Cuenta con el apoyo de los gremios sindicales y populares, ambientalistas, artistas, movimientos juveniles, femeninos y otros.

En México, solo imponiendo nuevamente el fraude o sacando a relucir a última hora alguna desesperada patraña guardada bajo la manga podrían derrotar al candidato de centro izquierda Andrés Manuel López Obrador. Todas las encuestas lo favorecen cómodamente con el doble de las preferencias frente a sus oponentes, Anaya, del PAN, y Meade, del PRI. López Obrador ha logrado formar una coalición amplia de sectores populares (Juntos Haremos Historia), y se encamina a construir un nuevo pacto social capaz de imponer una relación respetuosa con su agresivo y poderoso vecino del norte.

El proceso electoral mexicano tiene lugar en medio del recrudecimiento de la violencia con miles de homicidios en las pugnas entre grupos delincuenciales, el asesinato impune de decenas de periodistas y de más de un centenar de candidatos de diferentes niveles, más de 600 luchadores sociales encarcelados, además de constantes violaciones a la legislación electoral. Asimismo en Colombia, desde la instauración del proceso de paz, centenares de activistas sociales han sido asesinados. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, se hace de la vista gorda. Otras son sus prioridades, y no el fútbol precisamente.