A una semana del referéndum no es posible aún apreciar si se producirán cambios de consideración en la conducción gubernamental y en las políticas que se vienen ejecutando. Al parecer, la discusión interna recién comenzó el pasado jueves. No se sabe si transcurrirá por carriles autocríticos elementales y si se admitirán y corregirán por lo menos los errores más gruesos.
Sin imitar a los estudiosos posmodernos que inventan “escenarios” y “actores” según sus propios gustos, intentaremos apenas perfilar el probable curso que podrían tomar los acontecimientos por efecto de lo que dijeron las urnas el 21 de febrero.
Un primer rumbo deseable, asumiendo que el problema principal es la falta de conducción, podría constituirse en una instancia democrática y colectiva capaz de analizar a fondo la coyuntura, reflexionar políticamente y adoptar desde las bases lineamientos estratégicos debatidos, asimilados, enriquecidos y también aplicados con creatividad e iniciativa en diferentes niveles y por el conjunto de organizaciones, personalidades y movimientos sociales que forman parte de lo que podría llamarse el “bloque social revolucionario” en el poder. Obviamente, Evo Morales y Álvaro García jugarían un rol preponderante en esa instancia, pero a la vez tendrían que asumir las determinaciones que ésta adopte como vinculantes para todos. ¿La Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) podría ser el germen de ese núcleo de conducción? Tal vez. En ese cuadro, el ampliado de las seis federaciones del trópico debiera ser uno más, y no el único, de los muchos espacios de consulta a ser promovidos.
Estamos hablando, entonces, del reencauzamiento del proceso iniciado hace un decenio; de la recuperación de sus propuestas y valores iniciales; de consolidar, ampliar y profundizar los logros alcanzados; de rectificar lo que está mal, arrinconar a la corrupción y desarrollar mecanismos y procedimientos democráticos para designar dirigentes y representantes. Iluso, dirán.
El otro rumbo, no deseable pero infelizmente muy probable, es dejar las cosas como están; no asumir responsabilidades sobre las fallas cometidas en la gestión pública y en el manejo de la propia campaña (una mezcla caótica de triunfalismo, pasividad defensiva acompañada de autogoles y una propuesta reiterada: más de lo mismo a título de estabilidad). Pesimista, dirán.
¿Que el imperio movió sus hilos y jugó sus cartas? ¡Por supuesto! Sería ingenuidad o estupidez ignorarlo. Es política oficial de Estados Unidos, no declarada pero infaltable, poner en marcha acciones subversivas (“operaciones encubiertas”) allí donde existan procesos o gobiernos que afecten sus intereses y más aún donde se los denuncia y enfrenta abiertamente. Además, ¿acaso puede negarse la existencia de una ofensiva global y concertada entre el imperio y las oligarquías locales contra varios gobiernos de América del Sur? Cosa distinta es que tales gobiernos tienen en la corrupción y la ineficiencia sus propios talones de Aquiles que los hacen vulnerables.
¿Que la guerra sucia fue canalizada especialmente por las redes sociales? No es ninguna novedad. Muy activas en las capas medias citadinas, sobre todo juveniles, son un arma de doble filo, el canal por donde mejor circula el rumor anónimo, desde donde es más fácil tirar la piedra y esconder la mano. Pero no son sólo eso; las redes sociales tienen un enorme potencial participativo y democrático que, bien utilizado, puede servir a las mejores causas. Regularlas no solamente afectaría derechos constitucionales, sino que podría resultar una tarea imposible.
Por el momento, hay más incertidumbre que esperanza.