Hay algunos opositores que bailarían de contentos si las cosas le salen mal al país. Si el fallo de La Haya fuera negativo, de dientes para afuera lo lamentarían, pero no dejarían de utilizar el tema para sus campañas irracionales, cada vez más parecidas al viejo anticomunismo, con un trasfondo racista, además. Harían lo propio si no se descubren nuevos campos gasíferos, si el satélite Túpac Katari se pierde en los espacios siderales, si se paraliza por completo la planta de urea, si hay un accidente en el teleférico o si fracasa el proyecto del corredor bioceánico. La mira es que “todo vale”.
Por supuesto, tales opositores se solazan también con los traspiés y con las inocultables incoherencias y contradicciones en que incurren a diario nuestros gobernantes, poniendo en riesgo la continuidad del proceso del que no son dueños exclusivos. Algunos apenas son “inquilinos”, como nos decía Juan de la Cruz Villca, poco antes de morir. Habemos muchos que no necesitamos sumarnos a ese coro para decir de frente lo que pensamos y criticar sin rodeos lo que nos parece que está mal. Solo a manera de ejemplo, citamos algunos de estos temas dejando al lector la opción de identificarlos como errores estúpidos, omisiones culposas o flagrantes desviaciones rayanas en lo delictivo.
Lo más grave: i) el pisoteo de la legalidad institucional que el propio proceso trabajosamente ha construido y que tiene su máxima expresión en la Constitución Política del Estado.
ii) La comprobada no aplicación rigurosa del principio elemental de cero tolerancia a la corrupción (en el Fondo Indígena se la dejó crecer hasta que explotó por sí misma; y a Édgar Patana no solamente se le dejó las manos libres mientras fue alcalde de El Alto, sino que además se lo postuló a la reelección).
iii) El incremento de la podredumbre del Órgano Judicial y su grosera utilización como herramienta de persecución política (¿viene al caso condenar el encarcelamiento de Lula o la persecución a Correa cuando aquí se hace algo peor en varios casos y en especial en el de Carlos Mesa?).
iv) La inevitable y paulatina pérdida del liderazgo mundial que Bolivia y en lo personal el presidente Morales habían logrado en defensa de la Madre Tierra y de la causa indígena (no son compatibles con esa visión las concesiones a las tendencias desarrollistas predominantes, la carretera a través del TIPNIS, los transgénicos, agroquímicos, deforestación, etc.).
v) La mezquina interferencia, el sabotaje y la persecución judicial contra autoridades electas que no militan en el partido oficial (Soledad Chapetón y Luis Revilla, entre otros, tienen mucho que contar al respecto).
vi) El apoyo sin asomo de crítica, o por lo menos cierta reserva, a los gobiernos de Venezuela y Nicaragua (la obvia conspiración imperialista contra ellos no lo explica todo).
vii) El confesado fracaso en la construcción participativa de una política de salud y la arraigada creencia de que todo consiste en la edificación de hospitales.
viii) La gestión de los asuntos públicos subordinada a una suerte de campaña electoral permanente e interminable en desmedro de la eficiencia, la calidad y la austeridad.
ix) La relación con las organizaciones sociales, en vez de propender a una participación informada y dinámica como única garantía del proceso, cae frecuentemente en prácticas prebéndales y en el fomento al divisionismo con elementos descalificados (el caso de Jesús Vera en la Fejuve paceña es vomitivo).
x) La falta de una dirección política colegiada o colectiva capaz de advertir a tiempo las señales que emite la propia realidad social y política (la pérdida de bastiones como la Gobernación de La Paz y las alcaldías de El Alto y Cochabamba, así como la radicalización opositora de Potosí, de los Yungas y de los médicos no significan nada, cuando la única meta es mantener el decreciente núcleo duro oficialista).
Mucho más se podría decir sin cruzar a la vereda de enfrente. Hay que decirlo, pues.