Pocos meses antes de que se fundara la República, cuando aún no se sabía si quedaríamos con Lima o Buenos Aires o formaríamos otro país independiente, la provincia Chiquitos fue anexada al Imperio del Brasil. Este suceso, escasamente estudiado en la historia de Bolivia, era una maniobra desesperada de las corrientes monárquicas por establecer una especie de cabecera de playa para detener el proceso nacional-liberador y revertir el resultado final de la Batalla de Ayacucho. Contaban para ello con el apoyo de la Santa Alianza de las potencias absolutistas europeas y tenían como último reducto las fuerzas comandadas en el sur de Potosí por Pedro Antonio de Olañeta quien esperaba un cargamento de armas precisamente del Brasil.
Estas pretensiones no se cumplieron, entre otras razones, por la fulminante respuesta del Mariscal Antonio José de Sucre. Quince días tardó en llegar la noticia, desde Santa Ana de Chiquitos hasta el Cuartel General de Chuquisaca y la reacción fue inmediata. El vencedor de Ayacucho no solamente tomó las medidas militares pertinentes para reforzar la guarnición de Santa Cruz, sino que en los términos más duros conminó al aventurero carioca Manuel José de Araujo a volver sobre sus pasos. Si no desocupa en el acto la provincia Chiquitos, le amenazó, el comandante de Santa Cruz, coronel Videla, marchará contra usted y no se contentará con libertar nuestras fronteras, sino que penetrará al territorio que se nos declara enemigo “llevando la desolación, la muerte y el espanto para vengar nuestra patria y corresponder a la insolente nota y la atroz guerra con que V.S. lo ha amenazado”.
El general inglés Guillermo Miller, al servicio del Ejército Libertador, recuerda en sus memorias que la pretensión de Sucre era llegar hasta Río de Janeiro para evitar la repetición de cualquier agresión imperial. Miller considera viable la idea puesto que se contaría con el apoyo de los republicanos brasileños contrarios al imperio. Bolívar no aprobó el plan y, además, ya no fue necesario. Araujo puso pies en polvorosa, y por esos días Olañeta fue muerto por sus propios oficiales en desbandada.
Chiquitos, con sus inmensas riquezas y su esplendoroso patrimonio cultural, quedó para siempre en la naciente Bolivia. Esta información está contenida en “La invasión brasileña a Bolivia” de Jorge Ovando Sanz, libro publicado en 1977 por Antonio Paredes Candia y que reclama una urgente segunda edición.
Cinco años después del hecho histórico que relata Ovando, cuando la declaración de la independencia estaba todavía fresca, el naturalista francés Alcides D’Orbigny hizo un recorrido por la región, visitó todas las sedes misionales y junto a sus apuntes científicos sobre la fauna, la flora y las características de la población chiquitana, registró su admiración por los logros de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, que perduraban a pesar de que habían ya transcurrido casi 50 años desde que fueran expulsados por la corona española. Los relatos de D’Orbigny, casi día por día, están en su célebre libro “Viajes por América Meridional”.
Los primeros días del año cumplimos un antiguo deseo de visitar esos lugares. Al fin pudimos saltar de los libros a la realidad. Pero, como sucede muchas veces, pisar el terreno mismo, ha incrementado poderosamente el interés por una re-lectura de Ovando y D’Orbigny. Y no podemos dejar de compartir esa inquietud con los lectores: visiten las misiones chiquitanas y mejor si antes o después de esa visita incursionan en estos u otros libros que se ocupan del tema. No se arrepentirán.