Varios de los escándalos de corrupción en nuestro país están relacionados con China. Las “luminarias chinas”, las “barcazas chinas” y últimamente las “mochilas chinas” son casos que resonaron y resuenan con insistencia. Asimismo, aparecen frecuentemente denuncias sobre el incumplimiento de normas laborales y ambientales por parte de empresas chinas en la construcción de carreteras y en la minería. El tan bullado “caso Zapata” también estuvo vinculado con un presunto tráfico de influencias en la tramitación de contratos millonarios con China. A su vez, se habla sobre la excesiva presencia de personal chino en varios emprendimientos, preocupación que ha motivado peticiones de informe de algunos parlamentarios opositores.
¿Se trata solamente de casos aislados o de exageraciones de los medios de difusión guiados por prejuicios y actitudes discriminatorias, como lo dijo el embajador chino en Bolivia, Liang Yu, en una entrevista de ANF publicada en marzo pasado? Claro, ellos no tienen la exclusividad en la materia, también hay empresas españolas e italianas que cometen bellaquerías, pero lo de China impresiona más por su volumen y frecuencia a raíz de su significativa participación en la economía boliviana.
Es una evidencia palpable que la República Popular China, como efecto del vertiginoso crecimiento, se ha convertido en un importante socio comercial de toda América Latina. En Bolivia ocupa el segundo lugar, después de Brasil.
Según datos de 2017, China nos vendió más de 2.000 millones de dólares y nos compró apenas 400. Pasó a ser el principal proveedor de automotores y tiene un gran peso en rubros electrónicos, textiles y otros. En tanto que el 99% de lo que le vendimos a China eran minerales e hidrocarburos, pura materia prima. Para tratar de equilibrar en algo este déficit comercial, se les ha ofrecido carne, soya, quinua y café; pero las negociaciones para concretar esta oferta parecen de nunca acabar.
Por otra parte, está en curso la participación China en la ejecución de diferentes proyectos por un monto contractual de 7.000 millones de dólares, cifra que podría duplicarse con una oferta por un monto similar para financiar proyectos no a ciegas, sino “caso por caso”. Sorprende que, en esas condiciones, la parte china del total de la deuda externa boliviana sea hasta ahora de menos del 7% del total. Esto quiere decir, entonces, que las obras que ejecutan empresas chinas en muchos casos cuentan con el ahorro interno y con diversas agencias de cooperación como fuentes de financiamiento.
Resumiendo, la presencia china es un hecho incontrovertible con el que hay que contar. Es una amenaza, porque crea un ambiente propicio para acciones corruptas de actores bolivianos y tiende a generar nuevas relaciones de dependencia. Pero también es una oportunidad para encaminar el desarrollo del país, por la tecnología que China dispone, por su inmenso mercado, y por el contrapeso que significa en cualquier negociación con otros países o bloques de países.
El embajador en la mencionada entrevista repitió que China busca un nuevo tipo de relaciones internacionales basadas en el respeto mutuo, la equidad, la justicia, la cooperación y el beneficio mutuo. Sin embargo, estas bellas palabras no se cumplen automáticamente. Dada la maraña de intereses que intervienen en la relación con el gigante asiático, tanto estatales como privados, necesitamos negociadores muy hábiles y capacitados, que entiendan la complejidad de este nuevo actor de la política internacional y estén convenientemente vacunados contra el soborno y el halago de empresarios y de funcionarios de ojos rasgados. Solo de esta manera se atenuarán los riesgos y se potenciarán las ventajas del actual panorama con la China disputando la hegemonía mundial.