Cuando en 1966 el general Alfredo Ovando, entonces fugaz presidente interino, decidió que Bolivia debía ingresar a la era de la metalurgia instalando hornos de fundición de estaño, tuvo que actuar en secreto, incluso disfrazó de turistas a los técnicos alemanes que llegaron para concretar el proyecto. Era tal la interferencia del poder imperialista de Estados Unidos que se vio obligado a actuar de esa manera.
Las condiciones han cambiado radicalmente, entre otras cosas porque hoy estamos en un mundo multipolar dentro del cual se abren nuevos espacios para la toma de decisiones soberanas sobre el desarrollo de nuestros países. Hay la posibilidad de barajar opciones y escoger las que mejor convengan a nuestros intereses. Podemos entablar negociaciones con la Unión Europea, Japón o el mismo Estados Unidos, en lo que sería una relación Norte-Sur. Pero, en contrapeso, podemos hacerlo también en dirección Sur-Sur con diversidad de potencias emergentes, entre las que China ocupa un primerísimo lugar. La clave es evitar la reproducción de antiguas lógicas de dependencia o sometimiento centro-periferia.
Esto debería significar un cierto equilibrio en la balanza comercial (lo que nos venden y lo que nos compran), términos de intercambio relativamente equivalentes (no como antes, vendernos caro y comprarnos barato), comerciar productos con valor agregado y no simples materias primas que nos reatan al extractivismo, intereses razonables y no usureros en los préstamos, etc.
Los conceptos anteriores están recogidos de modo general en la línea de cooperación bilateral de beneficio mutuo que China declara política oficial en su relación con América Latina. Pero nadie debería pensar que son principios de aplicación automática e irrestricta. La posibilidad de que se concreten atraviesa por una maraña de intereses públicos y privados, de diferentes niveles institucionales, todos ellos entremezclados en ambos lados. Por citar un ejemplo hipotético cualquiera: la política oficial de Bolivia, aceptada y en palabra respetada por China, puede ser de protección de la industria textil de lana de camélidos, pero los comerciantes de la calle Huyustus, quienes viajan a la China casi cada fin de semana, pueden ignorar olímpicamente esta política y de seguro encontrarán empresarios chinos que les provean textiles sintéticos baratos que harán una desleal competencia a los productos bolivianos. Por ello, esto implica una constante pulseta y efectivos controles, una actitud firme y vigilante, como la asumida cuando la empresa china Citic Group pidió participar no solo en la exploración, sino también en la explotación y comercialización del salar de Coipasa, pretensión rechazada de inmediato por las autoridades mineras porque los recursos evaporíticos son estratégicos para el Estado boliviano. Claro, esto no es percibido por la mayoría de los medios, empeñados como están en la frívola cobertura del presunto tráfico de influencias.
La presencia china ha cobrado tal importancia que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) propició el foro permanente Celac-China, y se ha realizado en Beijing una reunión cumbre en enero de 2015 para diseñar los lineamientos de esa relación (en junio lo hizo también con la UE en Bruselas). He ahí otro dato clave: para abordar los temas fundamentales la negociación mancomunada de los 33 estados de la Celac será siempre más ventajosa que las acciones aisladas de uno u otro país. En resumen, la posible amenaza es una oportunidad si estamos unidos, si actuamos con firmeza e inteligencia, y si nos vacunamos a tiempo contra la corrupción.