Son palabras destacadas de Gabriel Boric en su primer mensaje como presidente electo. Cambios profundos para hacer de Chile un país con menos lacerantes desigualdades y estándares de pobreza, es la bandera levantada por las coaligadas fuerzas democráticas y de la izquierda. Por tanto, es ahí donde se generan las esperanzas. ¿Dónde nacen el miedo y las mentiras? Pues en los núcleos derechistas frecuentemente impulsados, financiados y alimentados ideológicamente por organismos yanquis como la CIA, el FBI o USAID. A veces actúan de modo directo y otras mediante fundaciones de fachada, entre otras aquella en la que Sánchez Berzaín funge como director ejecutivo: Interamerican Institute for Democracy.
¿Qué hicieron esta vez y cuánto gastaron para ayudar a la ultraderecha chilena en la tarea de impregnar de miedo la campaña electoral? Si no aparece otro periodista como Julian Assange, que ponga en riesgo su libertad y su propia vida para dar a conocer estos datos, se tendrá que esperar algunas décadas hasta que los documentos se “desclasifiquen”. Esto es lo que precisamente ocurrió en los años 70.
La oposición norteamericana al proyecto de la Unidad Popular, encarnado en Salvador Allende, se inició mucho antes de que esta coalición llegara al poder. Inicialmente se centró en romper la línea tradicionalmente constitucionalista que la CIA llamaba “apoliticismo… e inercia constitucional” de los militares chilenos. El punto de partida era que los oficiales de ese país se habían formado profesionalmente bajo la égida del Pentágono. Se calcula que para esas fechas más de 4.000 oficiales chilenos habían pasado por diferentes centros de adiestramiento de los EEUU.
La CIA ya libró una batalla contra Allende en las elecciones de 1964, ordenada dos años antes por John Kennedy a un costo de más de $us 3 millones. Pero fue Nixon quien instruyó al jefe de la CIA Richard Helms “impulsar la colaboración con los militares chilenos y estimular que tomaran por sí mismos la iniciativa en las acciones con el objetivo de impedir el acceso de Allende al poder…”. El 21 de septiembre de 1970, desde el cuartel general de la CIA se envió a la estación de Santiago un telegrama que en lo sustancial decía: “El propósito de la operación es impedir el arribo de Allende al poder. Las maniobras parlamentarias han sido desechadas. La misión es una solución militar” (US Congress… An Interim Report, 1975, p. 240).
Esto condujo al asesinato del general René Schneider, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (consumado el golpe también asesinaron al general Carlos Prats, otro militar constitucionalista). Pero ni así lograron impedir la posesión de Allende como presidente constitucional el 4 de noviembre de 1970.
El gobierno de los Estados Unidos, si bien decía de dientes para afuera que respetaba el proceso chileno, intensificó la conspiración poniendo en juego todos los mecanismos a su alcance, en particular la CIA que dispuso para su accionar $us 8 millones. Sin contar los significativos aportes de corporaciones privadas como la ITT que veían afectados sus intereses en Chile.
EEUU financió a los partidos de la oposición derechista, subvencionó a medios de difusión como el diario El Mercurio y a las huelgas salvajes de los camioneros, desató una guerra económica sin precedentes, tendió un cerco implacable anulando créditos y bloqueando todas la posibilidades de cooperación financiera de organismos internacionales.
El paso siguiente fue el sangriento golpe de Estado encabezado por Pinochet, el 11 de septiembre de 1973. El secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, dijo ante los congresistas que lo interrogaban que la “CIA no tuvo relación alguna con el golpe de Estado en Chile”. Sin embargo, pocos meses después, el nuevo director de la CIA, William Colby, al intervenir en la Cámara de Representantes, dijo todo lo contario: “El gobierno de Nixon facultó a la CIA a dedicar en secreto en el periodo 1970 a 1973 $us 8 millones para desbaratar las posiciones del gobierno de Allende”.
¿Puede alguien en su sano juicio asegurar que acciones parecidas no se repetirán? Tambor Vargas solo respondería: “Moriremos si somos sonsos”.
Carlos Soria Galvarro es periodista.