Doscientos años. Dos siglos. Para ciertas personas es mucho, toda una eternidad. Para otras un santiamén, un abrir y cerrar de ojos. Ante la Historia menos que una pestañeada.
Imaginemos por un instante la primera cuarta parte el siglo XIX. Nos guste o no, el número cabalístico coincide con hechos históricos relevantes: el fin de la llamada Guerra de la Independencia cuyo punto culminante fue la batalla de Ayacucho (diciembre de 1824) y, con la creación de Bolivia, el cierre del proceso de surgimiento de las nuevas repúblicas criollas en esta parte del continente (6 de agosto de 1825). España solo pudo retener el poder colonial en Cuba, en tanto que Brasil, convertido en sede del imperio portugués, actuaba como punta de lanza de la “Santa Alianza” que pretendía reponer a los monarcas destronados, recuperar las colonias y el poder eclesiástico.
¿Hay hechos históricos remarcables anteriores a los hitos de 1809, Charcas 25 de mayo y La Paz 16 de julio? Claro que sí. Pero la historiografía boliviana les restaba importancia o los ignoraba por completo. Nuevas miradas, a tono con los tiempos que corren, sitúan el comienzo de la gesta independentista en 1781, año de los grandes levantamientos indígenas, Túpac Amaru en Cuzco, los Katari en Potosí y Túpac Katari en La Paz.
De cualquier modo, al arribo de las “bodas de plata” del siglo XIX, la Audiencia de Charcas estaba tensionada por un nudo de contradicciones, lo que Jorge Ovando señaló como un conjunto de “conflictos de soberanía” (La invasión brasileña a Bolivia, Ed. Isla, La Paz, 1977).
Desde los tiempos de la conquista española Charcas perteneció al Virreinato de Lima. Pero en 1776 pasó a depender del Virreinato de Buenos Aires. Su influencia se hacía sentir en el sur peruano abarcando Puno, Cuzco y Arequipa. Y en el norte argentino, Córdoba, Jujuy, Tucumán y Salta.
Terminada la guerra, existía una especie de disponibilidad de Charcas para optar por uno u otro camino.
1) Lima quería recuperar territorios reunificando Bajo y Alto Perú.
2) Buenos Aires buscaba reincorporar “sus” provincias altas que habían quedado flotando ante el fracaso de los ejércitos “auxiliares”.
3) España obviamente no quería soltar su presa y pretendía restablecer el régimen colonial.
4) Brasil tendía a expandir el Imperio hacia al oeste, como instrumento de la “Santa Alianza” (de ahí la toma de la provincia Chiquitos, abandonada por los brasileños precipitadamente ante una enérgica reclamación del mariscal Sucre, al poco tiempo de su llegada a la ciudad que hoy lleva su nombre).
¿Cuáles eran los objetivos de Bolívar y Sucre al mando de las tropas libertadoras? ¿Eran de puro sentido libertario o también había detrás un cálculo político destinado a mantener un equilibrio que facilitara el proyecto bolivariano de unión de los nuevos Estados? Este sigue siendo tema de análisis y controversias.
Y finalmente, ¿qué quería Charcas, asolada por 16 años de guerra continua, sin instituciones y sin identidad propia? ¿Los “señores notables” convocados por el decreto del mariscal Sucre aquel lejano 9 de febrero, eran suficientemente representativos de una población segmentada y dispersa? Hay que recordar que ese decreto excluye expresamente del derecho a elegir y ser elegidas a personas analfabetas y sin determinado monto de ingresos, con lo cual de hecho son excluidos los pueblos originarios. Y las mujeres, ni que se diga.
Bolivia se funda, entonces, sobre la base de la discriminación económica, cultural, étnica y de género. Transcurridos 200 años muchas de esas lacras subsisten en el comportamiento y en la mentalidad de grupos afortunadamente cada vez más reducidos. Erradicarlos por completo es una tarea pendiente y de largo aliento.
Carlos Soria Galvarro es periodista.