Me sumo al merecido homenaje que los estudiantes de la UMSA hicieron a Carlos Soria Galvarro con el siguiente recuerdo:
Carlos fue mi profesor de periodismo en la Universidad Técnica de Oruro, en la segunda mitad de los 80. Hasta allí se trasladaba de La Paz unos días de cada semana para impartir sus clases. Su enseñanza era seria, reposada y amable. Sabía de lo que hablaba, sus conocimientos eran precisos y tenía una gran capacidad de síntesis, una virtud sine qua non del periodismo y la historiografía. Sin exageración ni sentimentalismo, considero que es a él a quien le debo la base de la profesión que luego, en las décadas siguientes, desarrollaría con acierto o sin él. Tuve muy pocos otros profesores universitarios que hicieran tanto por mí. Años después, cuando ya era periodista profesional y vivía en La Paz, quiso la casualidad que diera una clase en un posgrado que Carlos cursaba como estudiante, en procura, supongo, de darle un respaldo burocrático, tan necesario en Bolivia, a lo que ya sabía y había sabido antes que todos los que concurrían a las aulas junto a él.
Comencé mi discurso docente declarando que él había sido, que él era mi maestro de periodismo, con todo lo que eso implicaba, y que, por tanto, nada podía enseñarle. Pero Carlos no me hizo caso. Siguió mi clase con la misma atención seria con que en Oruro escuchaba a sus alumnos, a sus camaradas, a sus amigos. Luego dejó caer algún comentario interesante y cordial, de esos que de inmediato crean un ambiente de calidez humana y elevación intelectual. Me di cuenta de que lideraba, con liderazgo natural y no buscado, a sus compañeros, sin por eso dejar de ser uno de ellos.
En Oruro también se había convertido en un referente de la carrera de Comunicación, por lo menos para los estudiantes más despiertos y comprometidos políticamente. El militaba entonces en el PC V Congreso y, por tanto, tenía el rótulo que lo convertía en un adversario de nuestro grupo trotskista. Pero era tan agradable, poco sectario y benigno que no fue así. Conversábamos con él, farreábamos con él, algunos de mis condiscípulos se relacionaban en quechua con él. Recuerdo que su conocimiento de este idioma me sorprendió en ese momento, ya que yo prejuzgaba a los “stalinistas” de “pequeñoburgueses”.
Fue un momento desgraciadamente breve, pero inolvidable.
Con el correr del tiempo, lo vi muchas veces en actividades públicas: una vez, ya en la Católica en La Paz, nos dio una clase sobre Klaus Barbie, el nazi que él entrevistó en el avión mientras era extraditado de Bolivia a Francia, donde le esperaba un juicio por crímenes contra la humanidad. Otra vez, lo escuché hablar del épico escape de la Isla de Coati, en el que estuvo involucrado. Otra, participé con él en un programa de tv sobre el Che Guevara en Bolivia, donde me apabulló con su conocimiento del tema.
Como buen trotskista, yo despreciaba su interés y defensa del Che, al mismo tiempo que, como aspirante a intelectual orgánico, admiraba su pasado como director de Unidad, el periódico del PC. Con el tiempo terminé leyendo su trabajo en cinco tomos sobre el Che en Bolivia. No hizo que el guerrillero me cayera mejor, pero me convenció de la importancia de este trabajo, que seguramente trascenderá nuestra época.
Reconforta, en este momento que sentimos tanta decepción por la situación de la universidad boliviana, que haya en ella alumnos capaces de valorar a Carlos y a Remberto Cárdenas, otro periodista comunista y profesor del oficio. Uno de los rasgos invariables de las personas de bien, de las personas cultas, es el agradecimiento. Quien reconoce a los que son mejores que él, mejora él mismo y ayuda a establecer una cadena de dones espirituales.
Facebook: Fernando Molina –15 de mayo 2022
El homenaje que hicieron a K’echi y a Rafo ( Carlos y Remberto) nombres con los que conocimos a esos dos personajes dedicados al periodismo verdadero y comprometido, es un reconocimiento merecido, y lo rescatable de este acto es que se lo hizo en vida, ya que generalmente el reconocimiento lo hacen cuando dejamos este mundo terrenal