La Razón La Paz / 18 de julio de 2022
Eran tiempos oscuros de la dictadura donde muchos comunistas tenían que buscar escondites, Carlos Soria Galvarro llegó a una casa para refugiarse donde la anfitriona analfabeta le pidió que le enseñara a leer con el propósito de comprender la Biblia. Para cualquier marxista no creyente esta solicitud sonaba a herejía. Como él dice: “fue un salto terrible de alfabetizador a una suerte de pastor evangélico”. No era la lectura, sino la comprensión bíblica. Para zanjar esta dificultad se apoyó en las bienaventuranzas. Esta anécdota está en su libro casi autobiográfico Recordatorio. Estampas de la segunda mitad del siglo XX, que retrata su coherencia ética.
Después de haber leído las 283 páginas de este libro, me retumba en mis oídos la frase célebre del dramaturgo alemán Berthold Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Como buen periodista y ágil historiador no solo desempolvó sus fotos o documentos — muchos de ellos amarillentos— de su archivo personal, sino hizo un masaje a su memoria para reconstruir esos acontecimientos cruciales para el decurso político boliviano y, a la vez, para su vida personal. En su calidad de militante activo del Partido Comunista Boliviano (PCB) y, posteriormente, en su oficio de periodista comprometido con la causa de los oprimidos, fue protagonista y testigo de esos acontecimientos políticos (in)tensos de las últimas décadas del siglo pasado en Bolivia.
No es un libro para vanagloriarse o para alimentar su vanidad. Todo lo contrario, es un testimonio de una vida comprometida, a pesar de los avatares, por una causa social. Ese compromiso ético se refleja en su afán periodístico de desentrañar aquellos episodios que muchos o algunos quisieron condenar al olvido, por ejemplo, la responsabilidad política de la cúpula del PCB en la derrota de la guerrilla liderada por Ernesto Che Guevara, en 1967. Carlos intenta ofrecer algunas pistas al respecto, pero ceñido a su rigurosidad periodística e historiográfica, quizás auxiliado por la brecha temporal con relación a esos acontecimientos. O quizás, intentando desmentirle a Daniel Bensaid que decía: “A la izquierda le duele la memoria. Amnesia general. Demasiados sapos tragados, demasiadas promesas incumplidas. Demasiados asuntos cajoneados, demasiados cadáveres en el ropero”.
En este libro la recuperación de la memoria personal tiene un propósito político innegable, la recuperación de la memoria social. Allí estriba el valor intelectual de este libro. Desde ya, cuando él muestra cronológicamente los acontecimientos políticos y su presencia personal en los mismos devela los cambios discursivos de la propia lucha social. Obviamente, en su calidad de miembro de la Jota (juventudes comunistas), Carlos encarnaba la idea de la “revolución” como el derrotero para un mundo mejor, pero, a raíz de su vivencia traumática producida por la dictadura banzerista, se instaló en la subjetividad de él y en el imaginario de la izquierda boliviana, la democracia como el horizonte de visibilidad (dixit René Zavaleta) de su lucha social.
Contradiciendo a Heródoto, quien decía “contar lo que fue” para dar cuenta que el narrador debe desaparecer de los hechos, Carlos deja esa suerte de ser el Juez de los Infiernos, como diría Marc Bloch, encargado de distribuir a los dioses muertos el elogio o la condena para embarcarse en su relato intentando resignificar el pasado quizás para mirar el presente.
Yuri Tórrez es sociólogo.