Para todos y todas, pero particularmente para quienes nos consideramos “adultos mayores”, hacer un recuento de los principales acontecimientos del año transcurrido resulta poco menos que una obligación. Casi automáticamente empieza a fluir la evocación de los hechos recientes con el aditamento de que pareciera que sucedieron raudamente apenas ayer.
Intentamos aquí nuestro propio recuento a sabiendas de las limitaciones de espacio, del desgaste de las “antenas” para captar las señales que vienen de la realidad, y con la certeza de que varios de estos enfoques no coinciden con lo que piensan muchos de nuestros amables lectores y lectoras.
En el panorama mundial: subsiste estancado el conflicto bélico Rusia-Ucrania- OTAN, y la confrontación Palestina-Israel ingresó a una fase particularmente violenta. Sin ser los únicos, estos dos focos de tensión son los más perturbadores y en ambos casos los Estados Unidos aparecen nítidamente como el principal instigador, sea republicano o demócrata el titular de la Casa Blanca. En el trasfondo, el cambio climático se alza como un fantasma generador de muchos discursos y todavía pocas acciones efectivas.
En el ámbito latinoamericano la característica son las evidencias de que no hay procesos irreversibles, todos pueden cambiar en uno u otro sentido. En Chile no pudieron sacar adelante una nueva Constitución que reemplace a la pinochetista; en Brasil se reafirmó el retorno de Lula ante el fracaso de Bolsonaro, pero quedan en pie serias amenazas al sistema democrático; en Colombia, el gobierno progresista se muestra decidido a cumplir su programa con el apoyo popular; en Venezuela asomaron los primeros indicios, apenas atisbos, de atenuación de la crisis interna y de los insensatos bloqueos externos; Ecuador, asolado por la violencia del crimen organizado, eligió un gobierno de la oligarquía; Cuba resiste estoicamente el gravísimo endurecimiento del cruel bloqueo yanqui; Nicaragua flota en un mar de dudas conjeturales y Argentina ha ingresado a una etapa de agresivo ajuste estructural que hace tabla rasa con derechos y conquistas del pueblo trabajador.
Y, ¿cómo andamos en casa?
En el plano político, el rasgo más sobresaliente es la fractura del MAS-IPSP. Aunque volvieran a juntarse, algo inverosímil, por cierto, jamás alcanzarían las votaciones superiores al 50 % que obtenían desde 2005. Todo indica que acabó el “proceso de cambio”, quedando dos fracciones minoritarias que se disputan a pedazos el poder y configurarán para ello nuevos liderazgos e inéditas alianzas. Así como van las cosas, la oposición de derecha tendrá a su disposición los dos arcos contrarios completamente desguarnecidos, sería imposible que no ganen por goleada, aunque, conociéndolos, todo puede ser…
El gobierno de Arce Catacora, pese a la costosa propaganda electoral triunfalista con la que envuelve su gestión, las tuvo muy duras a lo largo del año 2023, especialmente por haberse quedado sin mayoría parlamentaria y las tendrá aún más duras el año 2024, vísperas de elecciones y con síntomas de descontrol económico financiero, cuyo tratamiento podría tener inevitables secuelas sociales y políticas. A esto hay que sumar que ha seguido sin cumplirse el lema de “cero tolerancia a la corrupción” y quedó demostrada la escandalosa incapacidad de hallar una salida concertada a la crisis judicial (oficialismo y oposición se aplazaron en esta materia).
Y así de seguido, los elementos negativos predominan en el balance. Solo nos queda la esperanza, lo último que se pierde, de que el año que comienza sea menos malo que el que se va.
Carlos Soria Galvarro es periodista.