Conmueve saber que una persona meritoria sea recordada de ese modo, por sus acciones positivas.
A fines de los años 70 estuve por vez primera en Cobija, capital de Pando, la cariñosamente llamada “Perla del Acre”. Mi ocasional anfitrión, el odontólogo Guido Saucedo, viejo militante de las causas sociales desde los tiempos del Partido Revolucionario de Izquierda (PIR), me sugirió buscar a Chelio Luna Pizarro, por entonces ejecutivo de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF). Logré entrevistar al personaje para radio Continental, emisora de los trabajadores fabriles de La Paz donde trabajaba.
Don Chelio era un hombre moreno, muy delgado y de facciones típicamente andinas. Su hablar suave y pausado, sin estridencias, revelaba, sin embargo, una gran determinación y un amplio conocimiento de la historia y los problemas del más joven departamento del país. Relató que había nacido en La Paz y radicaba en Cobija desde muchos años antes; y que hizo una opción de vida su compromiso con la región, con sus luchas y sus anhelos. Destacó la importante necesidad de construir caminos, habilitar accesos fluviales y, dado que el auge de la goma era nada más que un recuerdo, había que impulsar la industria local de la castaña, tarea en la que él mismo estaba empeñado y entusiasta desde su trabajo en la CBF.
Volví a Cobija recientemente y lo primero que le pregunté al taxista en el camino del aeropuerto al hotel fue sobre la vida de don Chelio Luna Pizarro. “Ahí está, en la avenida de la circunvalación”, me respondió. En efecto, una importante vía de la cada vez más poblada capital pandina lleva el nombre de aquel ilustre personaje nacido en 1917. “Fue todo un caballero, un colla que silenciosamente hizo mucho por nuestra ciudad y por el departamento”, nos confirmó Juanita Chávez, una de las principales productoras de souvenires artesanales de madera y cuero, instalada en su domicilio a pocos metros del Puente de la Amistad que atraviesa el río Acre, separando a Cobija de la ciudad brasileña de Brasileia.
Conmueve saber que una persona meritoria sea recordada de ese modo, por sus acciones positivas. En el caso presente, además hay que destacar la extensa labor escrita de Luna Pizarro en periódicos y revistas locales, que infelizmente no perduró; aunque aún se preservan varios de sus libros, de los cuales el más conocido es el Ensayo monográfico del departamento de Pando, mención honrosa del concurso anual literario Franz Tamayo de 1975 y publicado por Amigos del Libro el año siguiente.
El libro consta de dos partes: Primeros perfiles geográficos y Fastos históricos, cada una de las cuales incorpora varios capítulos, de gran utilidad incluso en los tiempos actuales. El que más nos impactó se titula “Episodios del drama aborigen”, en el que el autor califica como genocidio en el país de la goma al tratamiento que se dio a los pueblos originarios, calificados de bárbaros y salvajes, diezmados durante la Colonia y cazados como fieras para convertirlos en esclavos en los siglos XIX y XX. Con buen criterio, Luna Pizarro transcribe trozos de publicaciones que por lo general eran y son inencontrables para el lector común.
“A pesar de que casi una centuria ha transcurrido, después de tales sucesos (…) mantener encubierto el drama es atentar contra la Historia y en fin de cuentas la verdad pertenece a la cultura de las nuevas generaciones, que no deben ignorar el pasado de su tierra nativa”, dice el autor para justificar la inclusión de dichos fragmentos testimoniales reveladores de la forma cómo fueron tratados allí los pueblos originarios. El encomio a este pandino nacido en La Paz no debiera limitarse a la nominación de una calle, sino también, abarcar su legado escrito del que mucho hay que aprender.