Argentina-Bolivia: previsibles complicaciones

Después de todo el “fenómeno Milei” no es tan nuevo como aparenta. Lo únicamente novedoso serían sus poses recalcitrantes, sus insultos desaforados y racistas, aspectos que terminaron cautivando a las desencantadas clases medias, sobre todo gracias a la complicidad de muchos medios de difusión que le festejaban sus exabruptos. Sin embargo, lo esencial de sus propuestas es sobradamente conocido: ajuste estructural, alza de tarifas de los servicios, privatización de las empresas del Estado, apertura irrestricta a la inversión externa a cambio de la entrega del control de los recursos naturales, despidos masivos, rebaja de impuestos a las grandes corporaciones. En fin, con algunos matices propios, se trata ni más ni menos del modelo neoliberal que contra viento y marea se ha intentado aplicar, sin éxito, en varios de nuestros países; en la propia Argentina con Menem (el peronismo da para todo), en el Chile de Pinochet, así como también en la Bolivia del último Paz Estenssoro y de Sánchez de Lozada. A pesar de la democracia vigente, aquí necesitaron un gigantesco cerco militar en Kalamarka acompañado de un estado de sitio para dispersar la Marcha por la Vida de los mineros y luego arrojar a la calle a más de 25.000 de ellos (1986). También volvieron a utilizar la matanza de trabadores para “pacificar” y dar garantías a inversionistas y comercializadores de minerales (Amayapampa y Capasirca, 1996).

Regresando al sur, tarde o temprano, los argentinos tendrán que admitir que no aprendieron las lecciones del pasado reciente, que tropezaron con la misma piedra y cayeron otra vez con estrépito. Pero, es imposible minimizar el impacto que en diferentes planos tendrá este cambio inimaginable hace poco tiempo atrás. De hecho, ya hay varios políticos que traman remedar las groseras gesticulaciones de Milei y copiar sus extravagantes planteamientos. El contexto regional latinoamericano sufrirá alteraciones tangibles y nuevos realineamientos, con la adhesión aparentemente incondicional del nuevo gobierno argentino al hegemonismo estadounidense, que se suma a Novoa del Ecuador y a la latente amenaza de regresión en Chile. Se debilita el bloque progresista que propugna una relación multipolar y de respeto a la soberanía de las naciones.

En el plano bilateral el panorama es aún más complejo. A la confrontación de ideas, se añade la presencia de varios cientos de miles de bolivianos residentes en Argentina (otros dan por sentado que pasamos de un millón), las sacudidas del intercambio económico (desde el próximo año dejaremos de venderle gas y quizás tendremos más bien que comprarle energéticos; el flujo comercial ilegal alimentado por el contrabando y las diferencias cambiarias, etc).

Ciertamente, la representación boliviana en el país vecino necesita ahora, más que nunca, diplomáticos sumamente capacitados y habilidosos para sortear las dificultades que se avizoran en el camino, lo mismo que un manejo cuidadoso y proactivo desde el Ministerio de Relaciones Exteriores y desde la Presidencia. Ojalá que, por lo menos en este caso, la improvisación y el cuoteo prebendal de los cargos sean efectivamente desterrados. La sustitución del titular de esa cartera, que debe procesarse estos días dado que Rogelio Mayta asume otras funciones, es una oportunidad inmejorable para proceder a esos cambios que se caen de maduros.

Carlos Soria Galvarro es periodista.