«Todo saber filosófico brota de un medio cultural que forma el horizonte desde el cual cada época histórica tiende a ponerse en claro consigo misma”, nos dice un divulgador de conocimientos. Lo cierto es que se puede incursionar en el campo filosófico a partir de preguntas clave sobre aspectos aparentemente sencillos del acontecer cotidiano. Por ejemplo, interrogarnos si el teléfono celular sería capaz de provocar cambios en las relaciones sociales en un futuro cercano, incluso poniendo en cuestión la continuidad del sistema capitalista predominante en el mundo. En otras palabras, si el intruso aparatito que poseemos ya la gran mayoría de terrícolas encierra una potencial función transformadora, poco menos que revolucionaria. Eso es precisamente lo que hace Carlos Barragán Vargas en un pequeño libro titulado La revolución del celular.
Barragán es tarijeño, ingeniero de minas egresado en Oruro y con una extensa labor docente en temas de su especialidad, alguna vez senador por ese departamento y ministro de Minería y Metalurgia. Para llegar al corazón de su propuesta, enumera primero los cambios dramáticos que se han ido produciendo en distintas regiones del mundo. Se pronuncia sobre el proceso que viene ocurriendo en el país desde hace casi una década (con sus comprensibles “errores, incongruencias, insuficiencias y corruptelas…”). Alerta sobre el gran conflicto que se avecina en nuestro exhausto planeta cuando millones de seres se lancen a una ciega lucha por la sobrevivencia, situación en la cual las fuerzas conservadoras podrían optar por soluciones perversas e irresponsables, más feroces que los fascismos del siglo XX. Critica a la izquierda que se paralogiza en vez de analizar los procesos en curso, pretendiendo encontrar soluciones en la interpretación de los textos clásicos. Propone sin tapujos revisar algunas tesis del viejo Marx que los datos empíricos de la realidad habrían refutado.
Finalmente arriba al meollo de la cuestión: numerosos artefactos descubiertos (o más bien inventados) por el hombre permitieron saltos enormes en su desarrollo civilizatorio. El hierro, el arado, la imprenta, la máquina de hilar, el vapor, los motores a explosión y la computadora están en esa larga lista. “Ahora es el turno del celular”. Un aparato más perfeccionado y completado, “celular integral” lo llama Barragán, podría ayudar a mejorar la organización de la sociedad y redundaría en seguridad para los ciudadanos del mundo entero.
Algunas funciones, fácilmente incorporables al celular gracias a las actuales tecnologías, serían: dinero electrónico, carnet electrónico de ciudadanía, recaudación de impuestos, control de las transacciones mercantiles y financieras, registro de bienes inmuebles, registro de derechos y otros. De generalizarse estos procesos y ser asumidos por los Estados, disminuirían sustancialmente los litigios por conflictos de posesión, la circulación de dinero negro, la corrupción y la delincuencia. Se registrarían los movimientos diarios de la gente, se atendería mejor la salud y el transporte público y una serie de ventajas parecidas. La posible aplicación de estas alternativas implicaría un cambio en los conceptos de privacidad, la cesión de una parte de ella al control de los equipos computacionales y una participación destacada de los jóvenes, como principal fuerza motriz de los cambios.
Barragán concluye su trabajo arengando: “¡Ciudadanos del mundo, uníos! ¡Luchemos por la implantación del celular integral!”. Como para pensarlo, ¿verdad?