‘No hay peor ciego que el que no quiere… leer’, sería un bonito lema para una campaña en esta materia
El maestro en la escuela Agustín Aspiazu de La Paz nos pidió que no gastáramos nuestros recreos porque al final íbamos a tener una sorpresa. A la salida, en medio del bullicio atronador y el torbellino de mandiles blancos, distinguimos a un señor de lentes, traje raido y barba oscura con un inmenso bolso de cuero colgado al cuello, ofrecía por unos centavos pequeños libros infantiles con ilustraciones de animales y rondas de chiquillos. Si algo lamenté en la infancia fue el intempestivo retorno de mi familia a Cochabamba a mitad de aquel año, porque así perdí para siempre a un extraordinario profesor de escuela, Ranulfo Fernández, y a su amigo escritor y vendedor de libros, Óscar Alfaro, quien dejó sembrada en mí la semilla de la lectura.
He recordado con emoción esta anécdota infantil, pues la Ley del Libro y la Lectura, aprobada por estas fechas hace dos años (Ley 366), lleva precisamente el nombre de Óscar Alfaro, en justo reconocimiento al poeta y escritor tarijeño. En el artículo primero esta ley dice que su objeto es “promover el ejercicio del derecho a la lectura y escritura en condiciones de libertad, equidad social y respeto a la diversidad de expresiones culturales (…)”. Como propuesta no está mal, pero todavía es muy pronto para evaluar los efectos y resultados de este instrumento legal que, entre otros rasgos positivos, alivia las cargas impositivas a la producción y difusión de libros.
Recordemos, entretanto, que los objetivos que plantea en su gran mayoría son todavía desafíos a cumplir: generar políticas, planes y acciones dirigidas a la formación de lectores y escritores. Promover el hábito de lectura y escritura en la población, a través de la implementación y fortalecimiento de bibliotecas y otros espacios públicos y privados, para la lectura y difusión del libro. Fomentar la edición y producción de libros en idiomas oficiales del Estado Plurinacional y su traducción. Promover y apoyar la edición de material bibliográfico en formatos apropiados, para la consulta por personas con capacidades diferentes. Promover la producción bibliográfica y la industria editorial estatal y privada. Promover la participación ciudadana a través de actividades de fomento a la lectura, escritura y el libre acceso a bibliotecas y otros espacios interactivos. Fomentar el uso de nuevas herramientas tecnológicas de la información y la comunicación. Impulsar el desarrollo de escritura y lectura en idiomas oficiales reconocidos por la Constitución Política del Estado. Implementar el Sistema Plurinacional de Archivos y Bibliotecas. Crear el Fondo Editorial del Libro y el Comité Plurinacional del Libro y la Lectura.
En el Día Internacional del Libro, propuesto por la Unesco desde 1995 y que cada vez más se está convirtiendo en una fecha de conmemoración universal, las noticias bolivianas en este campo son pocas, pero halagadoras: está en marcha el plan de publicación de los 200 libros para el bicentenario; se han entregado los premios 2014 de los concursos de novela, literatura infantil y producción literaria en lenguas originarias; y Bolivia está presente en la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires con un stand propio y una oferta de 500 títulos.
“No hay peor ciego que el que no quiere…leer”, sería un bonito lema para una campaña en esta materia, ¿no les parece?