La Razón, 6 diciembre 2015
A partir de cierta edad para los seres humanos el tiempo transcurre tan rápidamente que ya no lo contamos por años, sino por décadas. Y al hacer el recuento de los últimos diez años, la sensación predominante es que pasaron vertiginosamente, se diría que en un santiamén, en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, ¡cuántas cosas sucedieron en este corto-largo tiempo!
Evo Morales: es hora de hacer un balance
Me parece que fuera ayer la enorme expectativa que se levantó a raíz de las elecciones presidenciales de diciembre de 2005, como culminación de la crisis iniciada el 2003 (levantamiento popular en El Alto, huida de los Sánchez, sucesión constitucional de Carlos Mesa, referéndum sobre los hidrocarburos, amago de una nueva “guerra del gas”, gobierno transitorio de Rodríguez Veltzé y adelanto de las elecciones). Si damos una mirada a estos procesos, no podemos dejar de sorprendernos de la capacidad del pueblo boliviano de sortear difíciles y complicados momentos por medios democráticos.
Y así fue en efecto. Bolivia estaba madura para el cambio y el cambio llegó a través de las urnas.
Las encuestas, erradas como casi siempre, hacían temer una suerte de segunda vuelta en el Congreso, el Movimiento al Socialismo se perfilaba como la primera fuerza, aunque muy lejos de la mayoría absoluta. Pero los resultados fueron más que contundentes, no dejaron ningún lugar a la duda. De un poco más de tres millones de votantes (84.5 % de los inscritos) votaron por el binomio Evo-Alvaro, casi el 54%. Muy lejos, Jorge Quiroga alcanzó cerca del 29%; Doria Medina no llegó ni al 8%; el desvencijado MNR ni al 7% y el desafiante Felipe Quispe apenas un poco más del 2%.
Las cosas estaban claras. La presencia opositora en seis de las nueve prefecturas y con mayoritaria en la Cámara de Senadores, eran obstáculos a tomar en cuenta, pero no impedirían el inicio de las transformaciones anunciadas en cuyo núcleo estaban la recuperación del control los hidrocarburos y la realización de una Asamblea Constituyente que refundara el Estado excluyente y racista que habíamos heredado.
El país entero vibró de entusiasmo en aquellos memorables días. La insólita gira mundial del presidente electo con su no menos insólita chompa a rayas. Las movilizaciones masivas y las celebraciones en Tiwanaku, la llegada de numerosas representaciones extranjeras, el emotivo acto de posesión en el Congreso. La mayoría de los bolivianos y bolivianas vivimos un reencuentro con nuestras raíces y desbordábamos de alegría. Quedan estampadas en el recuerdo las imágenes de aquellos momentos inolvidables. Sólo muy pocas mentes lúcidas habían previsto que pronto acabaría el “apartheid” a la boliviana, que era completamente natural que un país cuya población mayoritaria tiene origen indígena tuviera también autoridades indígenas. Lo que no había ocurrido en más de siglo y medio de vida republicana estaba a punto de hacerse realidad. Las élites criollas, los clanes familiares que desde siempre se habían turnado en el ejercicio del poder, serían por fin desplazados. Las generaciones que habíamos luchado por una democracia avanzada, con justicia social y auténtica independencia de los poderes imperiales, nos sentíamos realizados y convencidos de que nuestros esfuerzos y sacrificios bien valieron la pena.
En fin, una oleada de indescriptible y justificada esperanza rodeaba los acontecimientos que vivíamos.
¿Qué queda de todo aquello diez años después? ¿Retrocedimos o avanzamos? Ha llegado pues la hora de hacer un balance. Lo intentaremos en nuestra próxima columna, al filo del año que se va y que cierra el círculo de una década.