aquí y ahora
La Razón, 2 de agosto de 2015
Por una especie de determinismo geográfico, Bolivia estaba en condiciones de jugar un rol estelar en la recuperación ferroviaria y su integración en redes continentales. La afirmación corresponde a Mario Arrieta Abdalla en su libro “Estación Bolivia”, publicado en 1998. Pero, añadía la advertencia de que ese rol se cumpliría con apego a sus necesidades y objetivos estratégicos, o a costa de ellos.
Ante los proyectos de unir por vía férrea el Atlántico con el Pacífico, sin pasar por Bolivia, cabe preguntarnos qué es lo que está ocurriendo realmente. Por supuesto la geografía no ha cambiado. Tampoco la necesidad de esa ruta, el más elemental sentido común indica que la vía marítima para el flujo comercial sea por el Canal de Panamá al norte, o por el Cabo de Hornos al sur, es más costosa y lenta que la conexión terrestre. El desplazamiento por mar implica distancias tan largas como las que separan América Latina de otros continentes. De ahí que desde los años 40 del siglo pasado se viene hablando de los llamados “corredores bioceánicos”, la mayoría de los cuales en sus diseños imaginarios, pasaban necesariamente por Bolivia.
¿Por qué, entonces, Perú y Brasil, con el respaldo de China, acuerdan ahora un proyecto ferroviario que expresamente excluye a nuestro país?
No encuentro una explicación coherente a esta alarmante pregunta.
Pero me resulta aún más incomprensible el por qué no tenemos en la agenda actual del país una definida y explícita política de transporte que incluya a los ferrocarriles, siendo así que ellos son parte incuestionable de un corredor interoceánico, que a su vez es un factor estratégico esencial para sustentar nuestra demanda de acceso soberano al mar. Peor todavía, las dos redes ferroviarias que teníamos, no solamente que siguen sin conectarse, sino que una de ellas, la occidental, ha sido paralizada y desmantelada en un 80% de su capacidad. Si antes se necesitaba solamente unir Aiquile con Santa Cruz, ahora se necesitaría rehabilitar el tramo de Cochabamba a Aiquile y reconstruir totalmente el tramo de Cochabamba a Oruro y de esta ciudad a La Paz en proyección a los puertos del Pacífico, sean estos chilenos o peruanos. De lo contrario, ¿de qué corredor estamos hablando? Pareciera que ya se tomó la decisión de suprimir los trenes y dar lugar solamente a las carreteras. Y si fuera así, ¿no es hora de decirlo de una buena vez?
Sostenía Mario Arrieta en su libro, que un país central, ubicado a medio camino entre los dos océanos, si consigue establecer un sistema de transporte de carga de alto tonelaje, confiable y eficaz, podría obtener beneficios millonarios. Pero la situación geográfica no basta, tiene que ser además un país relativamente vertebrado, social y políticamente estable, con un desarrollo económico equitativo y un conjunto de condiciones que garanticen su rol de país articulador. ¿Poseemos ese mínimo de cualidades?
Los corredores bioceánicos, que pueden ser una combinación de carreteras, ferrovías, aerolíneas o hidrovías, concluye Arrieta, son medios de los que podríamos valernos para ser una especie de “conmutador” indispensable entre las producciones de las cuencas del Amazonas y del Plata y la de los Andes, imprescindibles para las economías del Pacífico.
Así, en lugar de simple estación de tránsito, seríamos un dinámico agente de la integración continental y tendríamos la opción de avanzar en nuestro propio desarrollo.
A raíz de estas notas que vengo publicando sobre los trenes, manos amigas me ha hecho llegar abundante y valiosa información que obliga a seguir con el tema. ¡Hasta la próxima, entonces!