Un antiguo comerciante de libros usados puso un vistoso letrero en su puesto de venta callejero con el lema que hoy va como título de esta columna.
¿Es que acaso el libro puede competir con las pantallas que en la actualidad circulan por millones en una gran variedad de artefactos electrónicos como televisores, teléfonos móviles y otros receptores y a la vez emisores de señales de imagen, texto y sonido?
Definitivamente, no. El libro perdería por goleada. No se trata pues de que compitan, sino de que se complementen. Soportes distintos, el uno físico (papel impreso) y el otro virtual o digital, pero ambos basados en el proceso común de la lectura. Sin lectura ninguno funciona o, en el mejor de los casos, funciona a medias.
El 29 de abril de 2013 fue promulgada la Ley del Libro y la Lectura “Oscar Alfaro” en homenaje al gran poeta y escritor tarijeño comprometido con la niñez. Posteriormente, el Gobierno decretó el 5 de septiembre como el “Día plurinacional de la lectura”, recordando su onomástico. El sistema educativo en todas sus instancias y niveles realiza en torno a esa fecha una gran variedad de actividades, para motivar e impulsar la lectura. Sin embargo, la participación de los gobiernos municipales es todavía escasa y dispersa, y salta a la vista que no hacen lo suficiente por articular iniciativas conjuntas con distintos organismos del Estado y de la sociedad civil, sobre todo en la creación de bibliotecas públicas y telecentros comunitarios.
En relación con el tema, está circulando una convocatoria para inscribir a promotores y promotoras de lectura. Abarca a maestros y maestras de entidades educativas de todo tipo y a estudiantes de últimos cursos de formación superior. El plazo para inscribirse vence indefectiblemente el próximo domingo 17. Por supuesto, ofrecen los correspondientes certificados para mejorar puntajes. No está mal. Pero lo importante sería que ésta sea apenas una de las múltiples actividades a desarrollar en una verdadera campaña “Bolivia lee 2022” en todo el país.
A continuación, un texto de Darío Busch Barberí (alias Gregorio), joven cruceño muerto en la guerrilla de Teoponte en 1970. Léalo hasta el final.
Así que…
—Señor… señor… este… ¿tiene libros? El señor que tenía libros lo miró y dijo secamente:
—Sí, tengo libros. ¿Le interesa?
—Sí, sí, sí me interesa; me han dicho que explican cosas, que ahí están las explicaciones, las ideas, las soluciones de los problemas y que uno aprende… este… y yo necesito aprender, es para algo que quiero hacer, pero no estoy seguro y tengo que aprender primero, ¿no? Eso me han dicho… así que… ¿tiene libros?
—Evidentemente —respondió el de los libros— lo que le han dicho es así. Mire… yo represento a la Editorial “El libro” y le diré, tenemos un completo stock de enciclopedias, textos de estudio; obras completas… tororó… tororó… y las facilidades de pago, son de lo más convenientes, pues, usted sabe, o sabrá que los pagos son trimestrales y resulta muy cómodo, ya que las formas de pago tororó… tororó… tororó… es una ganga realmente.
—Pero… —entonces lo interrumpió el que pedía libros—, las ideas, las explicaciones, todo eso… ¿se venden?
—Claro, los libros se venden, ¿no lo sabía? …dijo el vendedor sorprendido.
—No, no lo sabía. ¿Y por qué se venden?
Al vendedor de libros jamás se le había preguntado “¿Por qué?” se vendían los libros, y, ahora, alguien que quería saber a través de ellos, le disparaba un “¿por qué?” así nomás. “Realmente —pensó— ¿por qué se venderán las explicaciones? Yo lo hago para comer, pero, en general, las ideas no deberían venderse ¡es injusto!, ¡está mal!, no se deben vender”. Miró al que pedía libros. Sacó diez volúmenes y se los ofreció diciendo:
—Le regalo uno. Elija.
El señor que pedía libros, miró con curiosidad los libros y dijo:
—Elíjame uno usted. Yo no sé leer…
Carlos Soria Galvarro es periodista
Preciosa reflexión