En Playa Girón, Bahía de Cochinos, en el centro sur de la isla de Cuba, el 19 de abril de 1961 fue escrita una importante página de la historia contemporánea. Una operación militar y política preparada al mínimo detalle por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), generosamente financiada y aprobada por el gobierno estadounidense (primero Eisenhower y luego Kennedy) era derrotada en menos de 72 horas por el pueblo cubano, sus Fuerzas Armadas, sus milicias populares y el indiscutible liderazgo de Fidel Castro.
No se trataba de una acción improvisada a último momento con exilados reclutados por su antipatía al gobierno fidelista, sino la culminación de una serie de atentados terroristas, boicot económico (retiro de la cuota azucarera y negativa a proveer de petróleo), aislamiento diplomático y minuciosos planes para el asesinato del líder cubano. El plan consistía en destruir en tierra la aviación mediante la simulación de un levantamiento (aviones yanquis con etiquetas cubanas); desembarco en un lugar alejado y solitario de más de un millar de exiliados anticastristas fuertemente equipados y entrenados, que partieron de Nicaragua (bajo la tiranía de los Somoza); establecimiento de una “cabecera de Playa” en territorio cubano en la cual se instalaría un “gobierno provisional” reconocido de inmediato por la OEA y por el gobierno de Estados Unidos, que a partir de ese momento tendría las manos libres para intervenir directamente.
Pero, les salió el tiro por la culata, fracasaron en toda la línea, se autoengañaron quienes decían que los invasores serían recibidos como libertadores y con los brazos abiertos. Todo lo contrario, la respuesta popular fue unitaria y muy resuelta, además con el acicate de que fue precisamente en esos momentos difíciles que se anunció el rumbo socialista del proceso revolucionario cubano.
La documentación oficial de los archivos estadounidenses, paulatinamente “desclasificada” y expuesta al público, es pródiga en información irrefutable sobre los objetivos y la forma en que fue llevada a cabo esta operación, típicamente imperialista. Sorprende el grado absoluto de sometimiento de los participantes anticastristas, se comportaban como obedientes mercenarios de un poder extranjero, sin tener ni voz ni voto en el diseño y la planificación del operativo.
Tampoco se trataba de una acción aislada y solitaria, era más bien parte sustancial de la política exterior norteamericana obsesionada por la posibilidad de que cundiera el ejemplo de Cuba. Por eso se ajustaban las clavijas de la dependencia en todo el continente y estaba a punto de lanzarse la llamada Alianza para el Progreso, programa de cooperación que resultó un verdadero fiasco, más propaganda que resultados efectivos y condiciones inaceptables para el más mínimo desembolso.
En Bolivia, la punta de lanza de esta política vino a ser el famoso “Plan Triangular” (EEUU, Alemania Federal y BID) para el sector de la minería nacionalizada que, ahora se sabe a ciencia cierta, era un plan condicionado al desmantelamiento de los sindicatos mineros de Catavi- Siglo XX ante el pánico de los yanquis porque Bolivia siga los pasos de Cuba. O sea cuando los trabajadores del subsuelo, con el apoyo de otros sectores laborales, ofrecían tenaz resistencia al “Plan Triangular” no solamente estaban defendiendo sus salarios y sus fuentes de trabajo, sino que también resistían a un modelo autoritario impuesto desde el norte (al respecto, volvemos a recomendar el documentado libro Minas, balas y gringos de Thomas C. Field).
Claro que, en el caso de Playa Girón, la solidaridad del pueblo boliviano no se redujo solo a los mineros. Amplísimos sectores populares se lanzaron a las calles, miles se inscribieron como voluntarios para ir a defender Cuba y otros tantos hicieron largas filas para donativos de sangre.
En 60 años pasaron muchas cosas, pero estos gestos solidarios se quedan para siempre en la memoria.
Carlos Soria Galvarro es periodista.