Un superalimento, ¿para quién?

Un reciente informe da cuenta de que varias cadenas de supermercados norteamericanos introdujeron la quinua en la mesa de los estadounidenses, en concordancia con las recomendaciones de las Naciones Unidas, organización que destaca sus virtudes alimenticias. Dice también que los principales proveedores del producto son Bolivia y Perú, y en menor escala Chile y Ecuador.

¡Albricias! Pareciera que la campaña internacional de la quinua está mostrando resultados. Sin embargo, es necesario preguntar si en alguna medida se ha incrementado la quinua en la dieta de los bolivianos, si ha contribuido en algo a la tan pregonada “soberanía alimentaria” que no es otra cosa que comer lo que nosotros mismos producimos. Y me temo que la respuesta es negativa.

El incremento del consumo de la quinua en los mercados internacionales ha conseguido un notable aumento de la producción nacional, pero a la vez, ha disparado los precios en el ámbito interno o, en el mejor de los casos, se deja para nuestro consumo quinua de segunda o tercera calidad. En tales condiciones, ahora comemos menos quinua que antes.

En esa lógica, estrictamente neoliberal, en la que se impone la supremacía del mercado, con suerte los únicos beneficiados serán los productores (algunos suponen que los comerciantes y rescatadores serían los que se llevan la mejor parte). Además, se han escuchado voces de alerta sobre el daño que podría ocasionarse al suelo altiplánico con un cultivo intensivo y mecanizado de la quinua, lo mismo que a los bofedales húmedos, que son la base para la ganadería de camélidos. Por tanto, urge la aplicación de una política estatal de largo aliento sobre la quinua que, además de ocuparse de la cuestión ambiental, vele fundamentalmente por los intereses del conjunto de la sociedad.

Al final de cuentas, los productores de este maravilloso alimento, salvando las diferencias, tendrían que ser medidos con la misma vara con la que se mide a los azucareros, aceiteros y arroceros del oriente: tienen licencia para exportar, siempre y cuando se atienda primero las necesidades del mercado interno a precios razonables y se haga cultivos sostenibles.

Más aún, la quinua puede ser un arma poderosa para combatir la desnutrición que afecta a un sector importante de la población, principalmente infantil y juvenil. Urge entonces promocionar su consumo interno, con igual o mayor fuerza de lo que se ha hecho en el ámbito internacional. Por ejemplo, se podría normar el uso obligado de un porcentaje de harina de quinua en la elaboración del pan y el desayuno escolar, a cargo de los municipios, debería contemplar obligatoriamente su aprovechamiento, así como el de otros productos naturales con alto contenido de proteína.

Con el tema de la quinua el Gobierno tiene una oportunidad para ser coherente. ¿Hará algo?