Para estimular la lectura, especialmente, entre los jóvenes, más de una vez hemos utilizado la expresión con la que hoy titulamos esta columna. Ciertamente, con las nuevas tecnologías, mediante unos cuantos “cliks” pueden lograrse torrentes de información sobre cualquier tema que estemos investigando. Pero nada de esto reemplaza la utilidad de los libros (sean estos impresos o en versión digital).
Los principales problemas con los que se enfrenta un investigador, y el periodista lo es en grado sumo, son la multitud de datos inconexos (los árboles no dejan ver el bosque) y a su vez algunos árboles e incluso bosques pueden ser nada más que construcciones falsas o deliberadamente manipuladas. Y no es que los libros no mientan, a menudo lo hacen. Lo que pasa es que el libro proporciona una suerte de unidad investigativa, susceptible de ser verificada y ubicada en un determinado contexto. Algo que no siempre hacen muchos colegas, puesto que pareciera que huyen de los libros como de la peste.
Por ejemplo, el tema de la producción de hojas de coca, la elaboración y el tráfico de cocaína y sus precursores (sintetizado en el término “narcotráfico”) no aparecieron ayer, y tienen una gran diversidad de aristas, matices y repercusiones de tipo político, social, económico y de relaciones exteriores del país. Asunto tan complejo y sensible es frecuentemente tratado con excesiva superficialidad y, peor aún, utilizado para encubrir fobias y filias saturadas de mezquindad politiquera.
Se han publicado muchos y muy serios libros que se ocupan del tema. Quisiéramos por ahora destacar solamente tres de ellos:
— La guerra de la coca: Una sombra sobre los Andes. Roger Cortez Hurtado. Flacso-CID. La Paz, 1992.
— La guerra falsa: Fraude mortífero de la CIA en la guerra a las drogas. Michael Levine y Laura Kavanau-Levine. Acción Andina-Cedib. Cochabamba, 1994.
— Huanchaca. Modelo político empresarial de la cocaína en Bolivia. Hugo Rodas Morales. Plural Editores. La Paz, 1996.
El primero es una recopilación documental de diversas intervenciones públicas (entrevistas, artículos, discursos y otros) del entonces diputado y dirigente del Partido Socialista 1 Roger Cortez. Entre ellos, el texto del informe preparado por la Comisión Especial del Congreso nacional de septiembre a octubre de 1986 respecto a los asesinatos ocurridos en la meseta de Huanchaca (o Caparuch), en la región nororiental del país. La redacción del informe, excepto en la parte de las resoluciones, estuvo a cargo del diputado Edmundo Salazar, asesinado el 10 de noviembre de aquel año, cinco días después de que este informe fuera presentado en el Congreso. (Todas las bancadas, menos las de ADN —Banzer— y el MNR —Paz Estenssoro— suscribieron dicho documento).
El segundo es un relato estremecedor de un exagente de la DEA, escrito en primera persona. Levine penetra el mundo subterráneo del espionaje y hace hincapié en sus nexos con la mafia del narcotráfico. Apellidos como Arce- Gómez, Suárez-Gómez, Atalá, Widen, Razouk, Gasser y otros muy conocidos en Bolivia aparecen con frecuencia en los relatos.
El tercero es un trabajo en formato académico que redescubre el sonado caso de Huanchaca y el asesinato de Edmundo Salazar. Asimismo, destaca, entre otros aspectos importantes, la subordinación de la pretendida guerra contra el narcotráfico en el país al esquema norteamericano y la absoluta pérdida de soberanía.
Resulta notable que estos tres trabajos publicados en el primer lustro de los años 90 reflejen un panorama con algunos puntos de aproximación a la actualidad: la persistencia del fenómeno del narcotráfico y la continuidad de la insulsa guerra contra este. Sin ser especialistas en el tema, tenemos la sensación de que libros de este calibre sobre lo que pasa actualmente en Bolivia no han sido escritos todavía y serían imprescindibles para apreciar los enormes cambios ocurridos en el último cuarto de siglo. Así, la mesa estaría servida para comparar ambas realidades.
Carlos Soria Galvarro es periodista