Mal de muchos, consuelo de tontos. Varios nos equivocamos al pronosticar la aprobación del proyecto de nueva Constitución para Chile. En el caso nuestro y en el de la gran mayoría de observadores ubicados a la izquierda del espectro político, como tantas otras veces, primaron los deseos antes que la mirada atenta a la realidad. Consideramos que las señales negativas marcaban un retroceso de los resultados inicialmente esperados, pero esto no impediría el triunfo del Apruebo. Ganó de lejos el Rechazo. No hay atenuantes: nos equivocamos. Y punto.
Una primera reflexión al respecto es que en democracia tales sucesos pueden ocurrir, hay que asumirlos como posibilidades. Nada está escrito en piedra, de una vez y para siempre. Las situaciones pueden cambiar, así como varían las correlaciones de fuerzas, al influjo de factores diversos. Nadie tiene el puesto comprado o lo ha recibido como regalo definitivo de la divina providencia. No es suficiente abrir el cauce para que fluya un proceso de cambios, es necesario alimentar y enriquecer los elementos que lo componen y asegurarse de que lleguen a buen puerto sin desbordarse en el trayecto. Lejos de la idolatría liberal que reduce todo al ejercicio del voto, las urnas algo tienen que decir en cada momento y hay que saber escuchar sus voces.
El 4 de septiembre de 2022 se produjo una incuestionable derrota para el pueblo chileno y para los movimientos populares y progresistas de América Latina. Se perdió la oportunidad de sepultar las secuelas de una de las más horrendas dictaduras. Pero que la derecha ultramontana y los voceros del imperialismo no se apresuren demasiado en cantar victoria, tampoco es un triunfo claro para ellos. No es que el 80% del electorado contrario a la Constitución pinochetista de pronto se hubiera reducido al 30% y volcado su apoyo a la vigencia indefinida de ese cuerpo normativo heredado de la dictadura. Lo que pasó es que el proyecto sustitutivo no convenció, ni como producto final ni como procedimientos de elaboración. Ofreció demasiados flancos débiles a la acción corrosiva de la oposición basada en campañas de confusión y miedo, lanzadas por los medios predominantes y desde las redes sociales. Ni el gobierno, ni la coalición de fuerzas que lo sostienen, ni menos la propia Convención tuvieron el tiempo, la coherencia y la habilidad para defender el proyecto aislando y derrotando esas campañas calumniosas; es más, aliados políticos de centroizquierda se sumaron a último momento al bando del Rechazo. A ello hay que añadir cierto desencanto de una parte de la población por las deficiencias en el desempeño inicial del gobierno de Gabriel Boric, quien llegó al poder estrechamente comprometido con la bandera de una nueva Constitución, no parece casual que algunas encuestas recientes ubiquen la cifra de la popularidad del Presidente en el mismo nivel del voto por el Apruebo.
Sin embargo, según se informa desde Santiago, Boric habría logrado sortear con éxito las zancadillas de la derecha que pretendía otorgarle al referéndum del 4 de septiembre un carácter plebiscitario cuyos resultados debían interrumpir su gestión. Lo que se sabe es que se están construyendo nuevos consensos para desarrollar un segundo intento de redactar la nueva Constitución, aprendiendo de los errores cometidos pero manteniendo el esquema básico de elección popular de los representantes, paridad de género y salida de aprobación por un nuevo referéndum.
Las cosas no serán nada fáciles, solo queda augurar que tengan éxito sin olvidar que el mandato de una nueva Carta Magna proviene de una eclosión social por un verdadero cambio.
Carlos Soria Galvarro es periodista.