Era un hombre polifacético: antropólogo, botánico, zoólogo, geógrafo, paleontólogo, geólogo, viajero intrépido, buen dibujante y brillante narrador. Nació en 1802 y a los 26 años, era ya considerado un consumado científico. Emprendió el viaje a América el Sur por encargo del Museo de Historia Natural de París. Estuvo en Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia y Perú. Su recorrido, generalmente a pie, a caballo o en canoa, duró casi ocho años (sumados los varios meses de navegación entre Europa y América). Llegó a Bolivia en mayo de 1830 y partió en abril de 1833. Construyó una relación privilegiada con nuestro país y tuvo estrecha relación con el presidente Andrés de Santa Cruz de quien recibió orientación y apoyo. Recopiló más de 10.000 muestras de animales, plantas, minerales y fósiles, muchas en duplicado para un museo de historia natural en Bolivia de cuyo paradero nada se sabe ahora y llevó un grupo de jóvenes bolivianos para que estudiaran en Francia. Por supuesto, escribió y publicó miles de páginas descriptivas de sus aventuras y hallazgos, su libro más conocido es “Viajes a la América Meridional”.
Cuando D’Orbigny recorrió Chiquitos era una sola provincia, ubicada entre la Amazonía y el Chaco. Sucesivas divisiones territoriales la partieron en las seis actuales (Ñuflo de Chávez, Velasco, Chiquitos, Guarayos, Germán Busch y Angel Sandoval) y cerca de una docena de municipios.
Los medios de transporte eran casi inexistentes. Ahora hay el tren que va de Santa Cruz a Corumbá, esporádicos vuelos de la aviación civil y, sobre todo, una red de carreteras (algunas ya asfaltadas otras en vías de serlo) que permiten intensa circulación de motorizados. En todas las ciudades misionales cientos de mototaxistas prestan un servicio rápido, barato y aireado, pero a costa de provocar un barullo infernal que impide escuchar el concierto polifónico de aves y cigarras.
Difícilmente hoy podría encontrarse a los jaguares que acechaban la expedición de D’Orbigny. En cambio, ha surgido una nueva fauna, el ganado cebú con cientos de miles de ejemplares, encerrados tras los cercos de alambre en estancias de miles de hectáreas.
Más de 100.000 personas se declararon “chiquitanos” en el censo de 2001. Pero, han desaparecido las etnias que el naturalista francés llamaba “naciones”. Sobreviven apenas unos cuantos miles del hablantes del bésiro, idioma que los jesuitas intentaron expandir como la lengua dominante de la región.
Los pueblos originarios se enfrentan a constantes avasallamientos de sus tierras comunitarias por los nuevos latifundistas. También son amenazados por la naciente actividad minera. Dedicados sobre todo al comercio muchos pobladores andinos se han instalado en las sedes misionales. Asimismo varias cerradas y estrafalarias colonias menonitas explotan las tierras de un modo intenso sin medir sus efectos depredadores.
Los espectaculares bosques con hermosas palmeras e inmensos árboles de maderas preciosas, no han desaparecido por completo pero han retrocedido o se han vuelto más ralos tanto por la extensión de los agronegocios soyeros y ganaderos, la explotación intensiva de la madera y por las irracionales y persistentes quemas e incendios que ya fueron duramente condenadas por el científico viajero, precursor ecologista.
Las iglesias misionales casi en ruinas, han sido restauradas y embellecidas. Se ha rescatado la música barroca que deleitó a D’orbigny y se fomenta la educación musical y la habilidad para el tallado en madera. Las Misiones han sido declaradas por la UNESCO, como “Patrimonio Cultural de la Humanidad” y atraen a cada vez más turistas.
Una salida al Atlántico por el río Paraguay, estudiada y propuesta por D’Orbigny al presidente Santa Cruz, no termina de concretarse, pero entre otros muchos es el testimonio del sincero afecto que él le tomó a Bolivia.