En el caso de ‘Noviembre Negro’ o Masacre de Todos Santos, no pasó nada, jamás se intentó siquiera establecer responsabilidades. Esta matanza sigue en completa impunidad a pesar de tantos años de democracia.
A estas alturas, 34 años después, cuesta imaginar que la renaciente democracia boliviana haya sido tan raquítica e indefensa como para echar un manto de impunidad y olvido sobre un acontecimiento luctuoso, absurdo y brutal, como el golpe militar del 1 de noviembre de 1979.
La acción derrocó al gobernante interino Wálter Guevara Arze, designado por el Congreso ante la imposibilidad de elegir presidente a uno de los dos candidatos más votados en la elección de ese año: Hernán Siles Zuazo, de Unidad Democrática y Popular (UDP), formada por el MNRI, el MIR y el PCB; y Víctor Paz Estenssoro, sustentado por la alianza del MNR con el PDC y el FRI. El empate entre ambos derivó en el llamado “empantanamiento”, zanjado con el nombramiento transaccional de Guevara en su condición de presidente del Senado.
Dos agravantes: el golpe tuvo lugar a pocas horas de clausurada la reunión de la OEA en la que Bolivia obtuvo la mayor victoria, hasta hoy, en su reivindicación marítima, por lo que decenas de diplomáticos y periodistas extranjeros fueron involuntarios testigos del trajinar golpista. Ante la resistencia popular, las fuerzas militares realizaron una verdadera masacre. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) registró 76 muertos, 204 heridos y 130 desaparecidos (cuyo destino final nunca se llegó a establecer).
Tuvimos un Hugo Banzer premiado con el retorno al gobierno gracias al agua lustral con el que lo bañaron Paz Zamora y los miristas, pero por lo menos tenemos en la cárcel al dúo García Meza-Arce Gómez y los responsables de “Octubre Negro” de 2003 están siendo enjuiciados o son extraditables. En el caso de “Noviembre Negro” o Masacre de Todos Santos, no pasó nada. Jamás se intentó siquiera establecer responsabilidades.
Borrón y cuenta nueva. Alberto Natusch Busch continuó su carrera militar como si nada, fue ascendido en 1980 de coronel a general y, aunque ayudó a defenestrar a Luis García Meza, no por ello pudo lavar la imagen sangrienta que lo marcó el 79.
Guillermo Bedregal, el principal autor intelectual del “natuschazo”, volvió a ser diputado e incluso presidente de la Cámara Baja. La cúpula movimientista había preparado y operado el golpe, sólo que Paz Estenssoro se retiró a último momento, según varios testimonios, por presiones del embajador de los Estados Unidos en La Paz. Por esto, Bedregal calificó a su jefe de “agente confeso del imperialismo”, lo que no le impidió volver al redil y reconciliarse con él en 1983, siendo luego su canciller en 1985.
Pasó algo similar con dos fracciones movimientistas: del MNR-Histórico de Paz Estenssoro y del MNR de Izquierda de Siles Zuazo: José Fellman, Edil Sandoval, Abel Ayoroa, Agapito Monzón, entre otros. Nunca fueron molestados, volvieron a sus actividades tras16 días de “natuschazo”. Ni siquiera quienes sacaron del Banco Central grandes cantidades de dinero antes de abandonar el poder rindieron cuentas, Natusch lo hizo en parte semanas después, pero sin la claridad necesaria, escudado en los “gastos reservados”.
Consecuencia de esta inermidad de la democracia es lo que vino después. Huérfanos de apoyo interno, manchados con la sangre de la heroica resistencia del pueblo paceño, en especial de los jóvenes, aislados por completo por la comunidad internacional, los golpistas negociaron una salida política que inicialmente pretendió constituir un poder tricéfalo: Parlamento-Fuerzas Armadas-COB (maniobra que despertó simpatías en algunos izquierdistas, incluso al interior del Partido Comunista).
Fracasado el intento, Natusch tuvo que entregar el poder a Lydia Gueiler, nombrada por el Congreso en sustitución de Guevara. Pero la estructura militar golpista quedó intacta e hizo su insolente retorno el 17 de julio de 1980.
Deberes de la memoria. Más de la mitad de los bolivianos y bolivianas de hoy no habían nacido todavía o eran infantes cuando ocurrieron estos trágicos acontecimientos. Quienes los vivimos de cerca tenemos la obligación de recordarlos, difundir testimonios, buscar explicaciones o por lo menos formular preguntas para la reflexión.
¿Podemos creer, por ejemplo, las siguientes afirmaciones de Natusch? “nunca pensé derrocar al señor Guevara mediante un golpe de Estado. El movimiento cívico-militar que se estableció con dirigentes del MNR en sus dos corrientes más importantes presuponía en primera instancia una acción congresal y luego una acción militar que la respalde, pero no al revés”.
O: “En cuanto al desgraciado y trágico saldo de víctimas debo decir que es algo que escapó a mi control”.O incluso: “La Ley Marcial, la censura de prensa y el estado de sitio impuestos en algún momento fueron medidas conscientes para evitar que se propague la violencia y que se produzcan víctimas”.
Estas palabras están en El prisionero de palacio, del periodista Irving Alcaraz (La Paz, 1983), libro que se podría leer casi como una novela de suspenso, sino fuera de un realismo estremecedor.
A propósito de textos, el de Ana María Romero de Campero, quien ocupara la Secretaría de Informaciones en las últimas semanas del gobierno de Guevara, es un apasionante e insustituible relato testimonial, Ni Todos ni tan Santos, crónicas sobre el poder (La Paz, 1996).
Y no por cínico es menos revelador el libro de Guillermo Bedregal Doy la cara, (La Paz, 1995), cuyo mayor acierto es la fotografía del rostro del autor en la tapa, no hay necesidad de buscar más, ahí está identificado el símbolo más evidente de la politiquería criolla, barnizada de intelectualismo.
Por supuesto, La masacre de Todos Santos (La Paz, 1980), de APDHB, sigue siendo el más importante documento testimonial y gráfico sobre los sucesos. Es tan irrebatible que la andanada de diatribas de Bedregal no le hace mella.
Los archivos hemerográficos también son útiles, y entre ellos el del combativo semanario Aquí, dirigido entonces por Luis Espinal, éste ocupa un lugar privilegiado. Por último, hay que mencionar La noche del día de los muertos, un impactante documental audiovisual de la serie Bolivia: siglo XX, realizada por Carlos Mesa y Mario Espinoza. Con estos materiales, la mesa para activar la memoria está servida.