Estamos sumidos en una profunda crisis de la que es imposible salir sin transformaciones también profundas
Aunque se lograra frenar parcialmente la escalada de los conflictos y se abriera un precario “cuarto intermedio” solicitado por el Presidente hasta que la OEA haga su auditoría electoral, las cosas no volverán a ser lo que eran hasta el 20 de octubre pasado. Ni siquiera las tradicionales festividades de Todos Santos y Día de Difuntos; ni los obispos católicos con sus llamados a la no violencia, al diálogo y su oferta de ser mediadores pueden ya cambiar la situación.
Estamos sumidos en una profunda crisis de la que es imposible salir sin transformaciones también profundas. Y cuando se escriben estas líneas, mediodía del viernes 1 de noviembre, resulta imposible prever lo que puede ocurrir en las siguientes horas o en los próximos días, pero ninguna crisis se prolonga indefinidamente. Un desenlace es inevitable. ¿Llegará por la luctuosa vía de la confrontación violenta o por la de un hipotético diálogo al que no parecen estar predispuestas ninguna de las partes?
A riesgo de predicar en el desierto, sumamos nuestras voces en pro de este segundo camino. ¿Quedará un mínimo de sensatez en los liderazgos de ambos lados para intentar recorrer esa vía? Pareciera que no, pues en el bando opositor se encumbran los caudillos más radicales, que al calor de las movilizaciones han ido subiendo cada momento el volumen y la audacia de sus demandas y de las expresiones de odio que utilizan para descalificar a sus oponentes. Y en el bando oficialista hay señales contradictorias según se impongan los impulsos propios del Presidente, cuyo proverbial “olfato político” parece haber sido devorado por la adicción al poder, o influyan más determinados asesores o grupos de presión.
La certeza de que se aproxima un desenlace no permite, sin embargo, predecir a favor de quienes se inclinará el resultado. “El diablo no sabe para quién trabaja”. Podría ser que a la hora de la verdad muchos recién comprendan que fueron utilizados por redes conspirativas contrarias a sus propios intereses y los del país en su conjunto, y que se mueven al conjuro de móviles geopolíticos globales.
La crisis tiene polarizada a la gente. Renuncia de Evo Morales y nuevas elecciones, proclaman unos. Golpe de Estado en marcha, dicen los otros. Pocos ven más allá. No hay voces como las de octubre de 2003 que planteaban salir de la crisis pertrechados de una agenda, la “agenda de octubre”. Si alguien coincide en que es necesario construir la “agenda de noviembre”, tome nota de algunas ideas como las siguientes:
i) Bolivia unida y soberana, intransigente en la defensa de sus recursos naturales y sus empresas estatales estratégicas.
ii) Respeto irrestricto a las normas constitucionales y a la institucionalidad surgida de ellas, en especial lo referido a la independencia y la coordinación de los órganos de poder.
iii) Amplia deliberación para formular por consenso un modelo de desarrollo, que no dañe el medio ambiente y que tome previsiones sobre los efectos del cambio climático. Esto implica revisar temas como la frontera agrícola, biocombustibles, transgénicos, exportaciones de carne bovina, industria forestal, áreas protegidas, hidrocarburos, función económico social de la tierra, soberanía alimentaria, asentamientos humanos y otros.
iv) Reforma profunda del sistema judicial, desde sus cimientos.
v) Garantizando el libre acceso a la información, una efectiva fiscalización de la gestión gubernamental por parte de los órganos públicos (asamblea plurinacional, asambleas departamentales, contraloría, concejos municipales) combinada con el ejercicio pleno del control social en todos los nivelesA
vi) Recuperación de competencias y atribuciones de las autonomías a través de un riguroso y equitativo pacto fiscal.
vii) Concentrar la inversión pública en el área productiva, en la salud pública y en la elevación de la calidad de la educación, con énfasis en los desafíos tecnológicos. Tal cual.
El tema municipal no debe estar exento de las propuestas y fue ahi donde se dio con el talon de aquiles del neoliberalismo.