Recordar sería pasar otra vez por el corazón un suceso que ha quedado impreso en nosotros.
En alguno de sus memorables escritos, el uruguayo Eduardo Galeano explica que, etimológicamente, el significado de la palabra “recordar” viene del latín “re” (de nuevo) y “cordis” (corazón). Quiere decir esto que recordar sería pasar otra vez por el corazón un suceso que ha quedado impreso en nosotros, gracias a la intensidad con la que fue vivido y, por tanto, almacenado en el corazón (para los antiguos, la memoria radicaba en el pecho). Recordamos, entonces, con mayor amplitud y rapidez aquello que nos causó gran emoción; aspecto confirmado por los estudiosos actuales de las neurociencias, cuando afirman que hay una constante interrelación entre el cerebro y el cuerpo, entre la mente y el corazón.
Difícil sería introducir en el espacio de una columna todo cuánto me impactó en más de medio siglo de vida consciente, observador directo y, en alguna medida, también protagonista de la marcha del país. Pero, devoto como soy del documento escrito, hallé en un antiguo archivo digital lo que con el título de ¡Que se vayan! escribí el 13 de octubre de 2003, a tiempo de incorporarme con un pequeño grupo de colegas del gremio periodístico a la huelga de hambre pidiendo la renuncia de los Sánchez:
“¿Con qué palabras podemos calificar la actitud de Sánchez de Lozada y la cúpula partidaria que lo acompaña? ¿Soberbia?, ¿estupidez?, ¿ceguera y sordera totales?, ¿mezquindad?
Cuando caía la noche del fatídico 13 de octubre, la cifra de muertos alcanzaba ya a varias decenas y los heridos seguramente pasaban de un centenar. La sangre que corre a raudales alimenta nuevas protestas y movilizaciones. Nadie sabe lo que pasará en las siguientes horas. El martes paceño amaneció con paro total tácito y unánime.
En gran parte del país, pero fundamentalmente en El Alto y en La Paz, reina el terror y la incertidumbre. Los bloqueos en el campo no solo que persisten, sino que se amplían hora que pasa. Las sangrientas jornadas citadinas solamente han relegado a un segundo plano informativo lo que pasa en el área rural.
Todos los indicadores disponibles harían decir a cualquier analista que la tendencia predominante es hacia un agravamiento de la situación. No hay una sola señal de sentido contrario.
Hasta el domingo sangriento las demandas eran dispersas y la conducción opositora, caótica. Hoy, estos factores persisten, pero la inmensa mayoría de los bolivianos pide la renuncia de Sánchez de Lozada. Si los medios de difusión se propusieran llevar adelante un sondeo de opinión en diversas capas sociales, podrían comprobarlo muy fácilmente. Hasta el Vicepresidente, en gesto que le honra, ha marcado sus distancias con la gestión gubernamental.
Pero nada de esto es percibido por los Sánchez y sus voceros. Ellos solo ven proyectos subversivos y un supuesto afán destructivo y delincuencial en todos sus oponentes que ahora somos casi todos.
En el peor estilo dictatorial, suponen que Bolivia y la democracia son ellos. Que sin ellos el país se derrumbaría y que el sistema democrático no podría funcionar. A la soberbia, estupidez, mezquindad y sordera-ceguera le añaden una insoportable falacia.
Desde febrero tuvieron tiempo y oportunidad para rectificarse y no lo hicieron. Ahora es tarde. Para que haya paz, tienen que irse y cuanto antes, mejor”.
Se mandó esta nota por correo electrónico a unos cuantos amigos (las redes sociales digitales estaban en pañales), y luego del desenlace del 17 de octubre comprobé con sorpresa que había circulado por cientos de canales solidarios, tanto en el país como en el exterior. La tecnología contribuyó a divulgar una protesta y ahora viene en mi ayuda para recordar a los lectores las razones por las que ambos personajes están en el banquillo de los acusados.